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“El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo” (Sir W. Churchill)

La innovación siempre es un camino difícil, ya que se trata de hacer algo nuevo que mejore lo antiguo o que cubra unas necesidades que ni siquiera sabemos que tenemos. Hacer algo nuevo siempre es arriesgado, ya que supone mirar al futuro y desarrollar una “visión” o escenario de cómo la innovación influenciará la vida de las personas, y qué transformación producirá en el mundo en el que vivimos.

Aunque la capacidad de almacenar datos y la aplicación de técnicas avanzadas analíticas ha crecido de forma exponencial los últimos años, facilitando la toma de decisiones de las compañías, lo cierto es que el ejercicio “visionario” de predecir el futuro está sujeto a la posibilidad de que algo no salga bien y, por tanto, la innovación no tenga mucho recorrido.

¿Se puede considerar una innovación que no salga bien como un fracaso? Obviamente y a simple vista no, sino todo lo contrario. Lo que puede considerarse un fracaso, o mejor dicho, una mala gestión, es un proceso de innovación mal ejecutado, pero no el resultado del mismo, ya que por naturaleza éste siempre será incierto. Prueba de ello es que 9 de cada 10 CEOs españoles desea que sus empleados sientan libertad para innovar sin temor a consecuencias negativas, aunque solo el 54% cuenta con este tipo de cultura en su empresa.

Por tanto, todo proceso innovador debe ser llevado a cabo bajo una estricta metodología, no siendo suficiente una buena idea o una “visión” del futuro más cercana a un “médium” que a un “visionario consciente”. Esta metodología requiere de unos elementos fundamentales, entre los que se encuentran:

  • Diseñar escenarios de futuro probables asociados al entorno de innovación que se quiere desarrollar. Futuros que van desde el inmediato mañana hasta los próximos años.
  • Establecer las variables típicas que definirán cada escenario probable (sociales, demográficas, ambientales, económicas, etc.).
  • Definir el propósito sobre el que sustentará la innovación y medir el impacto que tendrá sobre cada escenario probable y cada una de sus variables.
  • Definir las características básicas que deberá cumplir la innovación para que encaje con cada escenario y sus variables típicas (a quién va dirigido, qué mejorará, qué aportará a la sociedad, cuál será su alcance, etc.).
  • Escoger el escenario sobre el que se basará la innovación y definir el caso asociado, cuantitativo y cualitativo.
  • Definir los equipos responsables del desarrollo. Es fundamental disponer de un equipo multidisciplinar (no solo perfiles técnicos o de negocio sino también todos aquellos perfiles que puedan aportar valor para cada una de las variables del escenario, por ejemplo: diseñadores, arquitectos, sociólogos, etc.)
  • Establecer un plan realista e indicadores de medición de avance/éxito que permita una gestión recurrente del proyecto, con un modelo de prueba de concepto y escalabilidad factibles.
  • Dotar los recursos necesarios para que el plan pueda llevarse a cabo en toda su plenitud.
  • Mantener el entusiasmo y la motivación a lo largo de todo el proceso.

Por tanto, fracaso sería no dar una respuesta adecuada en la ejecución de los aspectos metodológicos anteriores, y nadie debería enfrentarse a un proceso de innovación sin conocerlos o al menos, tenerlos en cuenta.

Cumplir las etapas de la innovación

En muchos casos, la realidad puede llevar a sobrevalorar la visión (la idea) y a tender a “acortar” camino, saltándose pasos fundamentales en la metodología, basando muchas veces las decisiones en la experiencia de éxitos pasados (que sirve de poco a la hora de innovar en escenarios futuros) o incluso, en las opiniones de supuestos “gurús”, que esgrimen un “olfato único” para detectar buenos negocios.

Innovar requiere de un orden y un método que contemple el concepto de “aprender del fracaso” mediante la innovación incremental. En realidad se trata de aprender cómo se están comportando las variables en la realidad sobre las que se diseñaros en el escenario base de futuro e ir ajustando la innovación a las mimas. Es un proceso reiterativo, recurrente que no tiene fin.

Esto no quiere decir que una innovación tiene que ser previsible y obvia, todo lo contrario, pero tiene que ser consecuencia de un análisis y metodologías racionales, precisamente para confirmar que la misma tiene cabida en ese futuro previsto y en cómo se está comportando la realidad.

A lo largo de los tiempos, el ser humano, por su naturaleza, ha intentado adivinar el futuro. En la actualidad, con la información disponible, la capacidad casi ilimitada de computación, y los modelos avanzados analíticos, nos dan una idea de los escenarios de futuro plausibles, aunque es también esa naturaleza humana, la que trata de saltarse los caminos complejos, cómo son los de los análisis de esos escenarios, para poder ser los primeros “en alcanzar la gloria”.

Las buenas noticias, es que estos paradigmas, cada vez son más cosa del pasado, y sobre todo en las nuevas generaciones, el espíritu personalista que busca el éxito individual (de personas/ organizaciones) cada vez tiene menos cabida en un futuro cercano. En este futuro cercano se impondrán las innovaciones colaborativas, se impondrán las plataformas y los modelos de negocio que contribuyan a beneficiar a toda la sociedad, que más allá de ajustarse al futuro lo definirán, y donde no hablaremos de éxito ni de fracaso sino de contribución y evolución hacia un mundo mejor.

De ahí que un proverbio africano acierte en la clave de estos nuevos modelos de innovación: “ si quieres llegar rápido, camina solo, si quieres llegar lejos, camina en grupo”.

Luis Buzzi