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La presentación de los resultados de los bancos españoles correspondientes al primer trimestre de este año 2018 no ha arrojado (y esto, en sí mismo, es una buena noticia) grandes novedades. En general, prosigue la senda de recuperación que se ha ido evidenciando en los trimestres anteriores de modo que se produce una mejora generalizada respecto de los datos del ejercicio precedente.
Esto es una manifestación de que los problemas del sector van poco a poco –y no sin esfuerzo- quedando atrás y que la gestión realizada en este entorno tan complejo de bajos tipos de interés ha sido realmente eficaz.
Me parece particularmente significativo que los grandes bancos internacionales vean cómo, progresivamente, la contribución del negocio en España resulta cada vez más positiva en relación a otras jurisdicciones en que desarrollan su actividad. Ello es expresivo de la clara mejora de la situación de la economía española, con sus derivadas de creación de empleo, aumento de la actividad económica, reducción de la morosidad y crecimiento del crédito. Todos son noticias positivas.
Creo que puede afirmarse que esta tendencia nos seguirá acompañando en los próximos meses. Estos resultados no deben llevarnos (y esto seguro de que no será así) a un exceso de autocomplacencia. Quedan todavía muchos retos, tanto en materia (inacabable, por cierto) de implementación y adaptación a la nueva regulación como de intenso esfuerzo inversor para la transformación digital de las entidades.
Pero, sin duda, el reto fundamental tiene que ver con la rentabilidad. Aunque los bancos españoles comparan favorablemente en ese apartado con otros muchos bancos europeos, en parte porque su esfuerzo de reestructuración y saneamiento ha sido mayor en parte porque también el crecimiento de la economía española (con sus sombras) es también más alto, persisten dudas relevantes que deben ponerse de manifiesto.
Así, los mensajes del Banco Central Europeo a propósito de la evolución futura de su política monetaria dejan lugar a pocas dudas: la normalización que ya comenzó hace algún tiempo (con la reducción progresiva del programa de compra de activos) se irá produciendo poco a poco prefiriéndose –y es importante- pecar de un exceso de prudencia (o lentitud) en ese proceso de normalización que correr el riesgo de cometer un error necesitado de una corrección.
Esto significa, en Román paladino, que las expectativas de una subida de los tipos de interés se alejan y que, además, esa elevación será muy lenta con lo que lo que en algún momento pareció una tarea para el 2018 parece ahora apuntar más bien al año próximo…para comenzar. Además, será un proceso muy gradual.
En este contexto, vamos viendo cómo se recrudece la batalla por los clientes y las operaciones más rentables, con estrategias muy diversas en cuanto a la tipología de productos y servicios en que se realizan ofertas atractivas para los clientes.
Si hay algo que está claro es que la consolidación que se ha producido no ha reducido el nivel de competencia entre las entidades de crédito. Todo lo contrario.
Pero no son sólo las entidades de crédito tradicionales. El ecosistema financiero se llena de nuevos protagonistas, Fin Tech y Big Tech que, por ejemplo en el área de pagos, obligan al sector tradicional a reaccionar con nuevas iniciativas individuales y colectivas. El mapa que acaba de publicar el Banco de Inglaterra sobre los lugares en que se está produciendo esta actividad es verdaderamente significativo.
Los retos para las entidades de pequeño y mediano tamaño son particularmente exigentes. Por centrarnos sólo en un aspecto, el MREL, habrán de emitir un volumen importante de instrumentos financieros sin contar (a diferencia de los grandes bancos occidentales) con una historia de presencia y actividad en los mercados que pudiera alentar la confianza de los inversores. Empieza a producirse un debate sobre el juego del principio de proporcionalidad en este ámbito que habremos de ver cómo evoluciona.
Y es que el juego del principio de proporcionalidad ha sido, hasta ahora, muy limitado, de modo que la falta de tamaño, o el pequeño tamaño, se convierte en un obstáculo que los bancos habrán de subsanar, quién sabe si a través de iniciativas de colaboración en el uso de sucursales como las que se han planteado en los últimos días.
Algo de consolidación a nivel doméstico sería todavía posible en Europa. Lo que nadie espera, y es una lástima, aunque haya buenas razones para ello, es que vayan a producirse avances significativos (incluso avances) en la consolidación bancaria europea.
En definitiva, hay razones para sentirse satisfechos con el comportamiento y la evolución de un sector tan relevante para nuestra economía como el sector financiero pero eso no significa que todos los deberes estén hechos o que quede poco por hacer.

Tribuna originalmente publicada en el periódico Expansión, el 3 de mayo de 2018.

Francisco Uría