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Hablar de Blockchain es hablar de Bitcoin. Esta “criptomoneda”, nacida en 2009, supuso una pequeña revolución: una nueva divisa totalmente digital que escapaba el control de los Bancos Centrales, que ofrecía una seguridad casi inquebrantable y permitía realizar pagos directamente entre las partes, haciendo innecesaria la intervención de las entidades financieras. Su objetivo: el intercambio seguro, directo y transparente en cualquier transacción.

A pesar del lento y limitado uso de Bitcoin en la actualidad, su tecnología subyacente, el Blockchain o DLTDistributed Ledger Technology, se perfila como una fuerza disruptiva en la operativa de los mercados e instituciones financieras.

En esencia, Blockchain es un repositorio incremental y compartido de transacciones agrupadas en bloques, que ordenados de forma cronológica, hace intrínsecamente imposible realizar cambios en las transacciones anteriores

Nos encontramos ante una nueva configuración de las relaciones entre las partes, una seguridad y calidad del dato cuasi-perfecta, la limitación del poder de negociación de los participantes del mercado, y una transparencia e información total.

Llevado al extremo, vislumbramos la utopía de la total desintermediación, y del mercado capitalista perfecto, que cuestionaría el papel de los bancos como intermediarios o prestadores de servicios imprescindibles. Estamos ante un cambio de paradigma, una metamorfosis de la forma, naturaleza jurídica y estructura de las operaciones financieras, cualquier contrato, e incluso el dinero.

Pero los bancos no han pasado por alto el potencial del Blockchain, junto a la computación cuántica o la inteligencia artificial, para transformar y mejorar su negocio.

El DLT abre la puerta a simplificaciones en los procesos y operativa de las entidades, una reducción de los riesgos operacionales y contraparte, datos inmutables y de calidad perfecta, una valoración de activos más precisa, la reducción (e incluso eliminación) en el tiempo de liquidación de pagos, y una reducción del capital requerido por las entidades.

Por poner ejemplos, las transacciones internacionales de dinero podrían liquidarse en tiempo real, reduciendo costes y aumentando su rentabilidad. La interacción directa entre ambas partes eliminaría la necesidad el sistema de pagos SWIFT, o, en su defecto, de bancos intermediarios locales y de una red de clearing asociada.

En el caso del trading de instrumentos financieros, no sería necesaria la participación de las cámaras de compensación (CCPs) o de entidades depositarias de activos (CSDs): los contratos inteligentes (“smart contracts”), una de las “creaciones” del DLT, analizarían automáticamente las características de la operación y la validarían. El matching entre oferta y demanda se ejecutaría directamente, reduciendo el número de transacciones y asegurando la transferencia instantánea de, por ejemplo, acciones y efectivo.

Su implementación presenta, eso sí, numerosos obstáculos que requerirán de la estrecha colaboración entre los reguladores financieros, entidades financieras y partners tecnológicos. Será necesaria una inmensa inversión en tiempo y recursos, que exigirá esfuerzos colectivos y colaboraciones entre entidades. Los bancos deberán converger hacia sistemas compatibles que se adapten a cada necesidad individual, capaces de integrarse en los procesos y operativa de todas las entidades participantes.

Además, se hace necesario el desarrollo de un nuevo marco legal que regule la utilización y usos del DLT y su impacto: la cambiante relación cliente-banco y sus derechos y obligaciones, la protección del consumidor y privacidad de la información, la calidad del dato, la interrelación entre entidades, o la nueva estructura de los mercados financieros.

Estamos ante uno de los mayores y más apasionantes cambios tecnológicos de nuestra era, que conllevará la transformación de la estructura de entidades financieras y mercados, como lo hicieron la introducción de microchips, ordenadores personales, internet o los smartphones durante los últimos 50 años.

Autor: José Manuel Dabrio Rodríguez es Associate Risk Consulting