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El mundo está cada vez más conectado y las grandes capitales compiten por atraer el mejor talento, sin importar la nacionalidad, la profesión o el idioma. En este escenario, las llamadas ciudades secundarias –los principales núcleos de población regionales- encuentran cada día más dificultades para retener a sus residentes y captar el interés de los foráneos. La visión a largo plazo que una ciudad tiene de sí misma resulta imprescindible para que estos núcleos se conviertan en una opción real de aquellos que están dispuestos a emprender, trabajar o, simplemente, establecerse en un lugar para formar una familia.

La ciudad británica de Bristol, que en 2015 fue nombrada European Green Capital, es un buen ejemplo de cómo ha sabido hacer competencia a los encantos, posibilidades y oportunidades que ofrece una capital como Londres. Desde el año 2000, el ayuntamiento de esta ciudad encuesta a más de 29.000 hogares cada año para medir la sostenibilidad de la ciudad y, de paso, evidenciar los cambios que ha ido experimentando hasta lograr este reconocimiento que concede la Comisión Europea.

“Nuestro éxito a la hora de atraer financiación, talento y puestos de trabajo con el programa Bristol Is Open se logra juntando a la gente adecuada con la tecnología adecuada y en el momento adecuado”, señala el alcalde de la ciudad, George Ferguson, en una entrevista concedida a The future of cities: creating a vision, de KPMG. Ferguson reconoce que una ciudad no es tan diferente a una empresa: “Las compañías tienen que mantener contentos a sus accionistas. Los accionistas de Bristol son nuestros ciudadanos y ellos también esperan que la ciudad les pague dividendos”.

Bristol ha conseguido colgarse la medalla de ciudad sostenible, algo por lo que cada vez más núcleos aspiran para presentarse ante el mundo como una alternativa real a las megalópolis. Pero el concepto de sostenibilidad ha cambiado: si en la década de los 90 se hablaba de reducir los niveles de contaminación, ahora la referencia va mucho más allá.

El informe citado defiende que una ciudad también debe ser sostenible desde el punto de vista financiero, logrando evitar que las necesidades a corto plazo impidan llevar a cabo las inversiones sociales a largo plazo. También ha de serlo desde el punto vista social –reduciendo la violencia y logrando una mayor inclusión-, medioambiental –aumentando su capacidad productiva de la tierra que ocupa y los deshechos que genera- e incluso psicológica, esto es, generando sentido de pertenecía en quienes la habitan.

La ciudad india de Kolkata también es un ejemplo de esfuerzo por alcanzar una mayor sostenibilidad. Entre los años 2013 y 2014 puso en marcha un plan de modernización de sus infraestructuras para aliviar la pobreza y maximizar la eficiencia de los servicios. Al contrario de lo que pudiera pensarse, la primera medida fue reducir la burocracia de la ciudad para gestiones como el pago de salarios o expedición de certificados. Estas iniciativas no solo hicieron que la gestión de la ciudad fuera más eficiente, sino que reforzara su imagen pública.

Malmö, en Suecia, es otro caso de estudio en este informe sobre la sostenibilidad de las ciudades. La que hace décadas fue una ciudad eminentemente industrial abocada a una reconversión forzosa hoy se ha convertido en un polo de atracción de jóvenes emprendedores y en un modelo de ciudad ecológica.

Según José Luis Blasco, socio responsable de Gobierno, Riesgo y Cumplimiento de KPMG en España, “en el siglo del gran boom demográfico, nos convertiremos en más urbanitas que nunca. Las ciudades competirán por ofrecer prosperidad, y gestionar el crecimiento será el reto. Aquellas que consigan modelos de crecimiento más inteligentes, inclusivos y limpios, ganaran la partida”.

La pugna por convertirse en una opción de preferencia frente al catálogo de servicios que puede ofrecer una gran capital mundial ha llevado a estas urbes a medir su nivel de sostenibilidad de diferentes maneras. Hoy en día existen distintas formas de cuantificarlo, pero no de una forma estandarizada que permita establecer un ranking en base a criterios determinados.

“Medir el bienestar en unidades de PIB se está demostrando erróneo. Nos encontramos en el proceso de crear nuevas métricas que incorporan la creación de capitales antes no medidos, pero no por ello igualmente importantes o más para una ciudad. Capitales como el entorno natural, el desarrollo tecnológico o la convivencia humana forman parte de estas nuevas formas de medición. Las llamamos ahora nuevas pero en realidad nunca han dejado de ser las palancas de la prosperidad de nuestra sociedad”, concluye Blasco.

Javier Gallego

  • Por KPMG
  • 19/05/2016