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Un año puede ser muy largo en macroeconomía. Hace doce meses, la Reserva Federal -el banco central de Estados Unidos-, estaba subiendo los tipo de interés; la eurozona disfrutaba de un boom de crecimiento en muchos de los países que la integran y la economía mundial atravesaba por su periodo de mayor crecimiento en un década.

Sin embargo, desde entonces, la tensiones comerciales entre Estados Unidos y China han ido a más, la actividad en la zona euro ha estado por debajo de lo esperado y la recuperación del crecimiento en algunos de los mayores mercados emergentes ha tenido un comportamiento titubeante. Con todo estos factores en mente, ¿deberíamos estar preocupados por una recesión mundial?

Acontecimientos de la magnitud de una recesión mundial -que el Fondo Monetario Internacional (FMI) define como la caída anual del PIB mundial per cápita en términos de paridad del poder adquisitivo (PPP, por sus siglas en inglés)-, normalmente van acompañados de un shock sistémico que los desencadena. En los años 2008 y 2009 fue la débil situación del sector financiero en EE.UU. y, en la recesión que tuvo lugar a principios de los años ochenta, fueron los intentos por intentar bajar la inflación. Hoy por hoy, no parece que de forma inminente vaya a aparecer un desencadenante de este tipo pero, quizás, no haga falta en la medida que el crecimiento mundial ha tenido un comportamiento mediocre durante esta fase expansiva. Una pérdida de impulso que en ciclos anteriores simplemente habría ralentizado el crecimiento, pero que, en la actualidad, podría ser suficiente para paralizar la economía.

Algunos países parece que van a salir beneficiados del conflicto comercial como consecuencia del efecto sustitución en las importaciones. Según los datos de Census Bureau, las importaciones de EE.UU. a China cayeron un 15%, en términos interanuales, durante el primer trimestre de 2019. Pero las importaciones a otras ocho economías asiáticas -Bangladesh, India, Indonesia, Malasia, Corea del Sur, Taiwán y Vietnam-, han crecido un 16%.

No obstante, el hecho de que tanto las cadenas de valor como las inversiones sean cada vez más globales nos hace pensar que la caída del comercio internacional va a crear más perdedores que ganadores. Especialmente, si EE.UU. endurece sus políticas comerciales con la Unión Europea y con Japón.

En la medida que esta situación siga así, la economía mundial evitará una recesión

Podemos decir que, en la actualidad, tenemos dos causas de preocupación: el comercio y la industria. Las tarifas impuestas a las importaciones por EE.UU. y China desde mediados de 2018 ha debilitado la confianza de los mercados y de los empresarios; y parece que va a acabar afectando al crecimiento, vía descenso de las inversiones. El FMI calcula que las tarifas actuales reducirán el crecimiento económico mundial en 0,2 puntos porcentuales en 2019. Y si la próxima ronda de tarifas a las importaciones chinas se ponen finalmente en marcha, el efecto en 2020 -también según el FMI-, podría ser de 0,5 puntos porcentuales.

Durante los últimos doce meses, los sectores industriales de los países desarrollados han venido sufriendo debido a factores particulares de cada mercado -como la nueva regulación puesta en marcha en Alemania-, pero también por un debilitamiento de la demanda comercial. Sin embargo, hasta la fecha, hay pocos indicios de que esta situación se haya extendidos a otros sectores de mayor calado como el de servicios.

Esto puede ser debido a que el sector servicios se ha venido alimentando de la demanda de unos mercados laborales fuertes y porque, además, los distintos gobiernos han tomado medidas ante las primeras señales de peligro. El gobierno chino empujó la inversión a principios de 2019, mientras que la Reserva Federal ha paralizado las subidas de tipos en EE.UU. Además, el Banco Central Europeo ha sido claro y podría alterar su programa de compra de activos si la situación así lo requiriese.

En la edición correspondiente al mes de enero del Global Economic Watch decíamos que 2019 iba a ser el año del trabajador, en la medida que las reducidas tasas de desempleo y la baja inflación iban a impulsar los salarios al alza, para beneficio de los empleados. Estas predicciones parecen, a día de hoy, acertadas: el buen comportamiento del consumo ha impulsado el crecimiento en los mercados desarrollados. Una circunstancia a la que se han unido los distintos ajustes realizados por los responsables políticos.

En la medida que esta situación siga así, la economía mundial evitará una recesión. Sin embargo, es importante recordar que el crecimiento está siendo menor que en otros ciclos económicos y que la capacidad de respuesta de los políticos está también mucho más constreñida que en ocasiones anteriores. Los tipos de interés permanecen en bajos históricos en la zona euro, Australia, Japón y Nueva Zelanda, lo que significa que la principal palanca utilizada para responder a la crisis financiera mundial no tendría, ahora, en 2019, los mismos efectos.