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En tu vida personal, en el trabajo, con tus jefes… Nos enfrentamos a menudo con situaciones complejas que exigen algo más que hablar en primera persona (asertividad). Sabemos de antemano que se trata de una conversación delicada, difícil, sea por antecedentes emocionales que se han producido, sea por tratarse de una dura negociación o porque el tema a tratar es “complicado”, por no llamarlo “intimo” o de ámbito familiar. En definitiva, se trata de atajar una conversación poco apetecible que nos violenta a nosotros mismos solo de pensarlo.

Ante estas situaciones es posible que no baste con una actitud asertiva, sino tener en cuenta aspectos relacionados con las 3 conversaciones que se producen en este tipo de situaciones:

  1. La conversación del “¿Qué ha ocurrido?”. Hay desacuerdo sobre lo que exactamente ocurrió. ¿Quién dijo esto? ¿Quién hizo aquello?
  2. La conversación de los sentimientos. ¿es válido o apropiado lo que siento? ¿los expongo o los guardo?
  3. La conversación de la identidad. Lo que esta situación significa para mí.

Todo esto se mezcla en un dialogo interior que uno debate consigo mismo a la vez que está metido en la conversación con los demás. ¿Qué ha pasado, que siento, como me veo? …El resultado final puede conducirle a discutir, lo que produce emociones intensas que causan más discusiones. Es un círculo que se retroalimenta.

Tal vez le ayude evitar:

  • pensar que el problema son los otros
  • Discutir sin comprender
  • Estar atrapado por influencias o antecedentes anteriores.

Hay 2 premisas esenciales:

  1. Pensar que debemos aceptar o rechazar

No somos jueces de lo que los demás piensan, sienten o hacen. A menudo en las conversaciones, la gente nos cuenta cosas, mezcla opiniones, creencias y emociones. Pues bien, no tenemos ninguna obligación de aceptar o rechazar lo que nos dicen. Y si cree que si, que algo tienen que decir, es una pura presuposición suya. Cuando usted cuenta cosas ¿espera que le acepten o le rechacen?

  1. Separar la intención del efecto; suponer sobre las intenciones.

Si su intención es hacer daño y lo consigue no será por su intención sino porque el otro se ha dejado herir. Pero es interesante recalcar el interés por separar nuestras intenciones de los efectos que producen. ¿Cuántas veces, con toda nuestra buena intención, nos damos cuenta de que producimos el efecto contrario al que esperábamos? Lo mismo ocurre al revés; nos tomamos como mal algo que no tenía dicha intención.

Intención ==> Conducta ==> Efecto

  • Toda conducta está inspirada por una intención. Al menos una. No hacemos nada porque si, sino porque tenemos deseos, necesidades, impulsos o creencias que convertimos en “motivos”.Esos motivos son razonamientos evaluados emocionalmente, o sea, estados internos que nos empujan a actuar. Los motivos o intenciones son positivos para nosotros mismos, puesto que no vamos a hacer nada en contra nuestra, incluso a costa de saber que tal hecho acarreará consecuencias negativas para los demás.
  • Nuestra conducta puede ser una acción o comportamiento, tanto verbal como no verbal. De esa conducta se van a derivar unos efectos en los demás.
  • Si el efecto que produce nuestra conducta es positivo, intención y efecto concuerdan, o sea, logramos lo que queríamos.Pero cuando el efecto que producimos en los demás es negativo, entonces se establece una contrariedad. La intención es positiva pero el efecto negativo.

Dado que la intención es positiva para uno mismo, lo que ha funcionado mal es la conducta. Por eso, si algo se debe cambiar es la conducta y no la intención. Por ejemplo… Si decido motivar a mis compañeros de trabajo porque la empresa me ha dado un toque, entonces los reúno y le echo la bronca. La intención era positiva, motivarlos. Pero la conducta ha sido nefasta ya que la bronca ha conseguido el efecto contrario, los ha desmotivado. ¿Qué es lo que hay que cambiar? Obviamente la conducta ya que la intención sigue siendo positiva.

¿Cuando surge entonces el problema?… El problema suele ser que en lugar de preguntar por las intenciones, lo que solemos hacer es presuponerlas, Y si presuponemos las intenciones ajenas tendemos a verlas en negativo, con lo cual ya tenemos la base para entender buena parte de los conflictos humanos. Tenemos 2 opciones: averiguar las intenciones o presuponerlas.

La clave está en saber distinguir las intenciones de los efectos que producen. Por eso no debemos suponer intenciones sino preguntar por ellas. “No sé cual era tu intención pero me ha hecho sentir así…” o “me doy cuenta de lo que te ha provocado esta reacción pero mi intención era…” .Una conducta asertiva puede separar estas 3 entidades (intención, conducta y efectos) y preguntar por la intención. Algunas ideas para ello:

  • ¿Cuál era tu intención?
  • Ignoro cual era tu intención pero me gustaría saberla…
  • No entiendo que pretendes con esa conducta…
  • ¿para qué has actuado de esta manera?…
  • No entiendo a que viene esa conducta
  • ¿te importaría decirme que te ha motivado a actuar así?

Un posible modelo de abordaje puede ser: “eso que has dicho (conducta) me ha dolido (efecto); no sé cual era tu intención o no quiero presuponerla (intención) pero ahora me siento mal”

Si conseguimos separar las intenciones de los efectos, tal vez tengamos más oportunidades de cambiar nuestras “certezas” por la curiosidad. Escuchar qué es lo que realmente nos quieren decir. Solo asi ponemos foco en entender verdaderamente al otro para poder crear juntos.

Y a ti…¿que te suele pasar en estos casos?… ¿Como los solucionas?… Me encantará conocer tu opinion y tus opciones.

Begoña Pabon