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En los últimos días hemos sido testigos del crecimiento exponencial en el número de casos de coronavirus, lo que ha obligado a pasar al escenario de contención reforzada. Entre las medidas adoptadas se encuentran el cierre de centros escolares en Madrid, Álava y La Rioja y, unas semanas antes, a la cancelación del Mobile World Congress de Barcelona, la feria tecnológica más importante a nivel mundial, tras la oleada de bajas de las principales empresas del sector de las telecomunicaciones.

He tenido la oportunidad de asistir varias veces en esta feria de diferentes formas -como empleado de una multinacional líder en el sector y como socio fundador de una start-up-, y siempre me ha fascinado la cantidad de recursos que las grandes compañías dedican en este evento.

Cómo todas ellas invierten grandes presupuestos de millones de euros, mucho tiempo de dedicación de sus principales empleados, poderosas acciones de marketing y de comunicación asociadas al evento o, en el caso de las start-up, dedicando una semana de su valiosísimo tiempo y gran parte de su presupuesto anual de marketing. Y os puedo decir que es rentable, ya que constituye una oportunidad única de generar negocio, establecer contacto con los principales partners y con potenciales clientes, y maximizar el impacto de la comunicación.

La forma en la que se han desarrollado los acontecimientos me ha generado una pregunta. Si estuviera colaborando con una empresa que tuviera planificada la presencia en el Mobile, ¿qué hubiera hecho con el lanzamiento de mis nuevos productos, las reuniones con partners, clientes y/o proveedores y la participación o desarrollo de los eventos de la feria?

Y la conclusión a la que llego es que hubiera realizado estas mismas actividades, pero con total seguridad empleando diferentes formatos y en otros espacios. Por ejemplo, las reuniones las hubiera realizado por videoconferencia; los lanzamientos de producto, a través de medios digitales, y el conocimiento de la competencia y del entorno a través de foros de internet.

Sin duda alguna, como ya están proclamando los grandes organismos económicos, el efecto del coronavirus a ese nivel será muy negativo. Si nos referimos específicamente al sector de la comunicación, las empresas con presencia global están ya experimentando un importante impacto; que se traduce en un menor número de desplazamientos de negocio para reuniones con proveedores, partners, clientes -e incluso reuniones internas- a los países que están sufriendo un alto índice de afectados. Y esto no ha hecho más que empezar.

Mi opinión es que es en este tipo de contextos tan dramáticos cuando las personas nos vemos abocadas a admitir los cambios profundos, sean cuales sean éstos; pero especialmente el “súper cambio” de la Disrupción Digital.

La Historia de la Comunicación Humana es un relato apasionante de necesidades y avances tecnológicos, enormemente ingeniosos y complejos en su momento por obvios o anticuados que éstos nos parezcan ahora. Por ejemplo, fue la invención de la escritura y los diferentes alfabetos -cuneiformes, jeroglíficos, ideográficos, etc.- lo que permitió a los pequeños asentamientos humanos convertirse en grandes civilizaciones al poder dejar constancia y transmitir fidedignamente códigos, leyes, bienes y negocios -de hecho, el primer documento escrito del que se tienen pruebas físicas aceptadas es un contrato de compraventa de ganado entre dos habitantes de Uruk, en Mesopotamia, varios miles de años antes de nuestra era-.

Con anterioridad a eso, la comunicación entre personas era únicamente presencial y oral, con sus enormes limitaciones. La utilización de emisarios que portaban noticias de toda índole es muy antigua, pero en tiempos más recientes -desde Alejandro Magno- se perfeccionaron las redes de mensajería para alcanzar los rincones remotos de los imperios, y fueron los romanos los que convirtieron la comunicación en un auténtico proceso de ingeniería con precisión suiza.

Pueblos tan diferentes como los nativos americanos, los jinetes de las estepas de Mongolia o los aborígenes australianos coincidieron en el uso de fogatas, almenaras, códigos sonoros mediante tambores e instrumentos de viento o reflejos con espejos para solucionar sus necesidades de interconexión. Incluso en tiempos tan recientes como la II Guerra Mundial el uso de palomas mensajeras resultó crítico para la victoria aliada por su eficacia en la transmisión de mensajes cifrados al ser difícilmente interceptables.

La aparición del telégrafo y la transmisión por código morse marcaron el inicio de la era moderna de la comunicación, al permitir por primera vez la conexión inmediata entre ciudades, países e incluso continentes, siendo el embrión de nuestras actuales redes. Y a continuación la radio, que no sólo era inalámbrica, sino que podía difundir un mensaje a un público amplio y deslocalizado en tiempo real.

Tras ella, la televisión incorporó la imagen; los ordenadores facilitaron la creación de datos y la posibilidad de almacenarlos, e Internet hizo que las posibilidades de comunicación de todo un planeta fueran muchísimo más sofisticadas y útiles al tiempo que infinitamente más sencillas.

Y si bien uno de los inventos que más transformaron nuestra comunicación, el teléfono, que permite comunicarnos de un punto a otro de forma directa, tiene ya siglo y medio de edad, la última revolución en este terreno la ha proporcionado el teléfono móvil, que desde hace unos años incorpora todas las facilidades aportadas por sus sistemas predecesores, además de las innumerables posibilidades de digitalización.

A nivel empresarial, considero que aún estamos lejos de haber explotado todo lo que la tecnología nos ofrece. Es cierto que ya son habituales las reuniones por videoconferencia con nuestros clientes y proveedores, que compartimos toneladas de información en formato digital, etc. pero no es menos cierto que, si podemos vernos, preferimos realizar estas actividades de forma presencial.

En otras palabras, aunque podamos realizar la mayoría de nuestras actividades de forma online, todavía hay una brecha cultural y de hábitos que impide el despegue definitivo. Y no es un problema de costes, porque, a pesar de estar muchas de las tecnologías virtuales en fase incipiente -lo que hace que su precio las haga inaccesibles para muchas empresas-, hay ya disponibles muchos servicios, herramientas y aplicaciones asequibles que permiten realizar todo tipo de actividades profesionales de forma remota: gestión de proyectos, productividad, gestión del tiempo, gestión de equipos, reuniones grupales, etc.

Estadísticamente hablando, son relativamente pocas las empresas que han apostado fuerte para impulsar de forma efectiva este cambio. ¿Por qué? Por el factor humano, ya que hasta que las personas no percibimos que hay una necesidad real de cambio es difícil que cambiemos. Y precisamente en este momento, la crisis -que se percibe como muy grave- del coronavirus hace que se den las circunstancias de cambio disruptivo.

Por ejemplo, si eres una profesional que gestionas un proyecto que tiene su área de producción en otros continentes, o eres un directivo que coordinas las ventas de varios territorios donde el impacto del coronavirus es alto, estoy seguro de que tendrás todo el aliciente que necesitas para desarrollar el potencial de las nuevas tecnologías para realizar tu trabajo de forma virtual. Para tu tranquilidad, es ya muy habitual para muchas empresas contratar a profesionales que no están físicamente en su territorio, y, si lo miras bien, este tipo de relación es beneficiosa para el colaborador, para la empresa y para el entorno; el colaborador tiene más tiempo, la empresa puede ampliar su búsqueda a más personas al no estar limitada por la variable espacio y el entorno tiene menor impacto medioambiental debido al menor uso de desplazamientos.

¿Y qué ofrece el cambio digital al futuro de la comunicación empresarial?

Parece que se confirmará con bastante seguridad la tendencia creciente al uso de la realidad virtual, la realidad aumentada y la realidad mixta, en la que, a través de ciertos dispositivos parecidos a lentes, los interlocutores pronto se encontrarán en un espacio virtual. ¡Ah, y el idioma no será un problema!

En otro campo, la inteligencia artificial nos permitirá en breve comunicarnos con nuestro entorno sin que sea necesaria la presencia humana -se habla de que el 85% de la comunicación con los clientes será sin intervención humana-. Puede gustarte o no, pero está claro que los avances van por ahí.

Los cada vez más habituales wearables también están suponiendo una nueva forma de comunicación, y, con la progresiva implantación de redes 5G, estaremos en condiciones de exprimir sus posibilidades. El coche conducirá de forma autónoma, la nevera hará los pedidos automáticamente, el cepillo de dientes nos dirá si tenemos caries, y veremos operativas en poco tiempo un sinfín de aplicaciones que se están desarrollando en estos momentos.

Las Redes Sociales continuarán cambiando la forma de comunicación entre las empresas y sus clientes, y los colaboradores también evolucionarán para adaptarse al concepto del omnitrabajo.

Adaptar las habilidades conductuales -gestión emocional de los equipos, comunicación eficaz, gestión de la influencia, motivación, etc.- a este nuevo universo virtual será vital para el éxito de las empresas. En próximos artículos hablaremos de cómo transformar nuestras acciones y comportamientos para sacar el mejor partido a la nueva situación profesional, es decir, como continuar consiguiendo el éxito en el nuevo terreno de juego.

Este año, sea por el coronavirus o por la imparable sucesión de avances tecnológicos y sociales, seremos testigos de la explosión definitiva de la comunicación digital. El reto para las empresas será adaptar a sus colaboradores a las nuevas competencias que este nuevo paradigma exige para ser más competitivos, conectar más y mejor con el cliente y afrontar los nuevos retos de la comunicación no presencial.

¿Estás preparado?

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Miquel Pocurull. Director de Atesora Group.