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Una de las consecuencias dañinas de la crisis pandémica ha sido y es la pérdida de trabajo de millones de trabajadores esparcidos por el atlas mundial. Su reincorporación es lo que persiguen con urgencia las naciones tocadas, de ahí las medidas atenuantes y estímulos pecuniarios destinados a concretarlo.

Según los apuntes de expertos en asuntos laborales sus efectos serán más demoledores que los habidos en la crisis financiera de 2008-2009. Sin perjuicio de la comparación en términos absolutos con lo acontecido antes, soy de los que cree que hablamos de dos crisis muy diferentes entre sí y aunque ahora la pérdida en el papel sea superior, la recuperación podrá ir con mayor agilidad que entonces.


En efecto, la pandemia que padecemos se origina a partir de un virus desconocido que en muy poco tiempo terminó por afectar la salud de la población global. La ausencia inicial de vacunas y/o medicamentos paliativos obliga a una mayoría amplísima de ciudades y países a confinar a sus habitantes, ralentizando, o deteniendo por completo la actividad económica.

Por el contrario, lo sucedido una década atrás tuvo su origen en actuaciones irregulares promovidas en uno de los centros financieros relevantes del planeta, Nueva York. Estas terminaron afectando a la banca de medio mundo, el epílogo fue la desaparición de algunos bancos, o su absorción, cierre de chiringuitos financieros y efectos colaterales en el dinamismo de los estados implicados directa o indirectamente, generando desempleos en los sectores golpeados, debiendo aminorar su accionar, pero no paralizan sus economías.

La buena noticia es, a diferencia con lo ocurrido hace diez años, que gran parte de los sectores económicos atascados, no están destruidos o no han echado el cerrojazo, están contraídos en compás de espera. Además, el sistema monetario ha podido responder a las distintas demandas y necesidades acudiendo en ayuda de gobiernos, empresas y familias. Por supuesto, habrá damnificados como en cualquier catástrofe natural que es de lo que hablamos, tendremos caídos como en un terremoto, pero un número no menor podrá continuar y superar este suceso.

Sigamos con las diferencias. El quebranto en el número de empleos vividos en 2008-2009 tuvo una evolución de menos a más, dependiendo mucho de las derivaciones, es decir, si unido a lo estrictamente bancario hubo derrames hacia la industria, construcción, comercio, etc. A medida que las ramificaciones del despropósito pergeñado fueron extendiéndose a patrias alejadas, los despidos continuaron durante un lapso prologado, el rescate de estos se hizo muy cuesta arriba y muy lentamente, 2016-2017 se alcanzaron las cotas de empleos anteriores a 2008-2009.

Volviendo al presente, podemos referirnos a este desastre viral como “el año que vivimos peligrosamente” haciendo honor al título de la película australiana. Ha sido como un tsunami, una serie de olas que se han ido produciendo, a causa de un microorganismo desconocido incrustado en humanos que se han ido trasladando por el globo sin ser conscientes de tenerlo, contaminado el hábitat ahí donde han llegado. El desencadenamiento ha sido de golpe y brutal, todo ha ido muy rápido, como las calamidades cernidas por doquier, no avisan ni se les espera, simplemente aparecen y hay que hacerles frente.


Los dos trances provocan perplejidad, inseguridad y desconfianza. Ambos tienen un origen localizado con corolarios globales. La diferencia está en la causa de cada uno. El más antiguo responde a la mano del hombre; el actual –mientras no se demuestre lo contrario-, sería uno de los tantos fenómenos de la naturaleza a los que nos debemos enfrentar.

A partir de aquí los acontecimientos toman caminos distintos. La recesión que atendió a móviles humanos produjo pérdidas de confianza, incógnitas y reservas ante el desconocimiento de su alcance, retrajo a inversores y consumidores. Los fuegos ocasionados fueron expandiéndose espaciadamente de país a país, había reticencias a crear empleos. Se agotaron dos lustros antes de la normalización.

Lo de hoy tiene que ver con la salud. Los atascos ocurridos en la macro y microeconomía son consecuencia de los estragos infringidos por los contagios y fallecimientos sucedidos. Tan pronto se inicien las vacunaciones, sea a fines de estos doce meses, o primer semestre de 2021, las tensiones caerán activándose inversiones y consumo, salvo imponderables. Un ejemplo son los servicios, acumulan una alta cantidad de mano de obra, la factibilidad de volver a establecimientos y oficinas, reduciría las listas de parados fuertemente.

De momento, el papel que nos corresponde a todos es impulsar la vuelta al trabajo, indispensable para llevar tranquilidad a los hogares de millones de personas, descuidar esta prioridad puede traer trastornos sociales difíciles de dimensionar. Hay que abstenerse de hacer cambios drásticos en la legislación laboral y en las tasas impositivas, excepto aquellas que sean viables para acelerar las contrataciones.

Finalmente, el comercio exterior y las inversiones en el plano internacional reclaman una atención preferente, en cada territorio el crecimiento es indispensable, cualquier esfuerzo en esta dirección traerá satisfacciones.

Tomás Pablo Roa, presidente ejecutivo de Wolf y Pablo Consultores, S.L., Consultoría de Internacionalización de Empresas a Chile

fuente: Wolf y Pablo Consultores S.L.

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