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Vivimos tiempos de cambios profundos, acelerados y disruptivos que están afectando y van a afectar de manera radical a la industria española y a todas las empresas que forman nuestro tejido empresarial industrial. Cambios que vienen provocados por la revolución tecnológica y digital que se viene desarrollando desde finales del siglo XX y que están haciendo que tecnologías como la impresión 3D, la realidad virtual, big data, internet of things, la robótica, la sensórica o la aparición de nuevos materiales, se estén combinando para dar lugar a la llamada Cuarta Revolución Industrial.

Las tres anteriores introducían mayores o menores mejoras en los procesos productivos a lo largo de la cadena de valor, sin embargo no tenían la capacidad transformadora que supone la interconexión de máquinas, productos, proveedores y de millones de consumidores asociada a ésta. La hibridación entre el mundo físico y el digital está dando lugar a una industria que es capaz de capturar, explotar y utilizar todos los flujos de información, internos y externos, relacionados con su negocio. Está dando lugar a la industria inteligente.

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Y hablamos de revolución por tratarse de un cambio no sólo en los procesos productivos, o incluso en las infraestructuras físicas y lógicas de producción, sino porque supone un cambio radical en la forma de hacer negocios y en el tipo de producto y servicio que ofrecen nuestras empresas industriales. La digitalización convierte la “servitización” de los productos industriales en una oportunidad fundamental para revitalizar la industria, incrementando su oferta y competitividad.

La digitalización constituye sin ninguna duda una oportunidad para la mejora de la competitividad de la industria española en un mundo cada vez más global. Básicamente, porque la utilización de las nuevas tecnologías ha favorecido la aparición de nuevos factores competitivos para la industria.

La utilización de estos habilitadores digitales permite incrementar la flexibilidad y agilidad de los procesos productivos ante un contexto cada vez más incierto, incrementando la flexibilidad tanto de su cadena de valor total, como de sus diferentes eslabones. Todo esto permite a las empresas adaptarse de forma rentable a los requisitos cambiantes de sus clientes, reduciendo el tiempo de salida al mercado o del plazo de entrega de sus productos o permitiendo la elaboración de series cortas o incluso unitarias, abriendo la puerta al concepto de “customización” en masa.

Pero los nuevos factores competitivos de la industria van más allá del uso de los nuevos habilitadores tecnológicos en la mejora de los procesos productivos ya sea en su totalidad o en alguno de los eslabones de la cadena de valor: abarcan desde la optimización de las cadenas logísticas o la transformación de los canales de comercialización, a la configuración de ecosistemas industriales de valor y el uso de métodos colaborativos para potenciar la innovación con el fin de dar lugar a innovaciones disruptivas en un tiempo más reducido.

Ante este nuevo paradigma, ¿cuál debería ser el objetivo de la industria española? Conseguir un modelo industrial en el que la innovación sea colaborativa, los medios productivos estén conectados, las cadenas de suministro estén integradas y los canales de distribución y atención sean digitales. En definitiva una industria inteligente y conectada.

Este reto requiere trabajar en varios frentes simultáneamente.

Es necesario potenciar el desarrollo de entornos colaborativos entre la industria, el sector tecnológico y el ámbito investigador-académico que permitan generar sinergias que den lugar a innovaciones disruptivas. El proceso de transformación digital exige de la colaboración a través de toda la cadena de valor, pues ninguna empresa puede abordar este reto en solitario.

Debemos abordar cuanto antes el reto de la formación. Es imprescindible adaptar los programas y planes de formación y capacitación a las competencias digitales, ya que el cambio que se avecina en los perfiles y tipos de trabajo, tal y como los conocemos en la actualidad, tendrá un gran impacto. Se están creando nuevas clases de trabajo y nuevas profesiones. En este nuevo paradigma mundial, más que nunca antes en la historia de la humanidad la educación y la capacidad de aprender será una de las verdaderas ventajas competitivas de los países.

Y por supuesto, debemos establecer una estrategia de apoyo a las empresas en su proceso de transformación digital. La falta de capacidades técnicas, la creencia de que éstas son tecnologías muy caras y complejas o su aislamiento de los grupos técnicos especializados y de empresas que pueden apoyar su transformación, son lastres muy pesados para impulsar su transformación digital. Muchas empresas todavía no son conscientes de la necesidad de incorporar una cultura digital en sus organizaciones. La industria 4.0 afecta a las personas y sus capacidades, a las estrategias de negocio, a los productos y su configuración, y no sólo a las tecnologías que emplean en su proceso manufacturero. Es preciso que la empresa industrial piense en el potencial disruptivo de la tecnología para repensar su negocio, su manera de trabajar y relacionarse con el entorno y la competencia.

Los retos a los que se enfrentan nuestras empresas no son menores pero la oportunidad es evidente y no podemos ni debemos desperdiciarla, porque como dice José Maria Alvarez Pallete, no estamos ante una época de cambios sino que estamos ante un verdadero cambio de época.