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Si tienes un par de horas libes, puedes ir al cine a ver una película simplona pero divertida. O, si lo prefieres, ver en primera persona a toda una industria intentando reinventarse, como consecuencia del empuje de distintas tendencias a gran escala: la automatización, la migración de contenido a la pantalla pequeña, la apuesta por la experiencia por encima de los productos, la creciente afición hacia la comida y unos bajos niveles de inflación que se mantienen en el tiempo.

De hecho, si quieres ser productivo, puedes intentar hacer ambas cosas a la vez. Al menos, es lo que hice cuando fui a ver Lucky Logan —piensa en Ocean´s 11, pero en lugar de en un casino, una pista de carreras— en un cine a las afueras de Connecticut.

La industria del cine como las conocemos se enfrenta a un crecimiento lento. En EEUU, en lo que llevamos de año, las ventas de entradas de cine han caído un 6,3%, respecto al mismo periodo del año anterior, según BoxOfficeMojo. Al mismo tiempo, y como muchas otras empresas de servicios, los dueños de las salas se están viendo obligados a lidiar con la necesidad de aprovechar mejor los espacios y con escasez de la mano de obra –había 819.000 puestos sin cubrir al final de julio en la industria de entretenimiento y el ocio en Estados Unidos—.

Desde mi última visita hace unos meses, el cine en cuestión, propiedad de Bow Tie Cinemas -una cadena de cines gestionada por una familia durante cuatro generaciones, con aproximadamente 400 salas-, ha sido completamente rediseñado y renovado. Aparentemente, siguiendo un guía que se hace cada vez más popular entre las grandes empresas que prestan servicios de gran consumo.

¿Invertir en la automatización, digitalización y tecnología para ahorrar mano de obra? Hecho. La taquilla, antes gestionada por tres trabajadores, ha desaparecido. Las entradas se compran ahora por Internet a través de una aplicación. El dinero invertido en los nuevos sistemas se recuperan con los menores costes en mano de obra y evitando el dinero en efectivo.

¿Transformar la experiencia del cliente? Hecho. Antes del rediseño, tenías que hacer cola con los billetes físicos. Esto conllevaba que, en pases y horarios populares, los clientes tuvieran que presentarse temprano si querían tener los mejores asientos. Si llegabas tarde o tardabas mucho cogiendo las palomitas, te tocaba en la primera fila, o separado de tus amigos. Ahora, sabes exactamente dónde te vas a sentar, sin importar cuándo llegues. Lo que significa que puedes llegar después de los anuncios.

¿Reducir el espacio de la venta para compensar los cambios en los hábitos de consumo? Hecho. En lugar de cerrar cines como respuesta a la caída de ventas, los propietarios han apostado por cines más pequeños, íntimos y cómodos. Las filas de asientos, de aproximadamente 200 butacas en una ligera cuesta, fueron reemplazadas por 100 súper asientos. Ya no hay posibilidad de que te toque una mala ubicación, o de que una persona alta se siente frente a ti y te tape la visión. Las butacas son increíblemente cómodas, tienen un reposa pies para estirar las piernas que se extiende al presionar un botón, y hay una bandeja para dejar la comida y la bebida.

¿Capitalizar la creciente afición por la comida? Hecho. Las bandejas están ahí para sacar provecho de la mina de oro del negocio cinematográfico: las palomitas de maíz, los refrescos y las chucherías, que tiene márgenes muy altos. Pero como los azúcares y carbohidratos están cada vez peor vistos, los puestos de comida (aún gestionados por personas) tienen una oferta más amplia: arroz, tacos y palomitas de maíz gourmet. ¡Ah! Y un bar con cócteles exóticos y cervezas de autor.

¿Mejoras el servicio que se presta al consumidor si subirle los precios? Hecho. Una de las características más destacadas del ciclo económico actual es que hay enormes presiones deflacionistas. La transparencia, la intensa competencia y el lento crecimiento de los salarios hace que sea difícil subir los precios. En EEUU, la inflación está significativamente por debajo del objetivo del 2% de la Reserva Federal. Todo esto lleva a que el consumidor disfrute de mejores productos y experiencias sin tener que pagar mucho más. El precio de una entrada para un adulto en los nuevos cines es de $12 –bastante más alto que en los años ochenta, pero aproximadamente el mismo de hace un año–.

Daniel Gross