Consultoría & Consultores

¿Quién determina los valores de una empresa? La respuesta es clara: las personas. Éstas son precisamente el único componente inestable por definición pero, esa inestabilidad, lejos de ser un problema, puede constituir la base de una política de gestión de valores de largo alcance.

Las personas acumulan experiencia y aprenden de forma continua. Hasta ahora, se veía a la empresa como una realidad estable a la que las personas se tenían que adaptar, pero la nueva visión de los valores muestra a la empresa, por el contrario, como un ser vivo en constante cambio.

En un mundo rápidamente cambiante como en el que vivimos lleva a las empresas a querer seguir ese mismo ritmo. Pero la naturaleza no evoluciona dando saltos y las empresas han de evolucionar de la misma forma, siguiendo una planificación sistemática. La planificación en sí misma es una garantía de cambio sostenible y comprometido con el valor de la mejora continua. Planificar significa decidir qué se ha de hacer, cuándo, cómo y quién lo ha de hacer. Para planificar hará falta tener información, preparación, herramientas o procedimientos a medida, personas disponibles, instrucciones claras y, sobre todo, “ganas” de planificar. Por todo ello, la decisión de planificar siempre corresponde a la alta dirección, pues inevitablemente lo que se planifica se deberá llevar a la práctica.

Incluso en las organizaciones más experimentadas, no se consigue casi nunca reproducir más de un 85% de lo planificado. En este contexto, es natural y necesario analizar las causas para formular conclusiones, aprender de los resultados y volver a planificar. Y el juego continúa, puesto que aun cuando se hayan eliminado los errores anteriores, se prevé que aparecerán un 15% de errores nuevos. Por tanto, siempre estará vigente la necesidad de aprender de los resultados para avanzar hacia la mejora continua.

La ventaja competitiva no se obtiene de un exceso de información sino de un conocimiento ordenado: un aprendizaje continuo que introduzca a todas las personas de la empresa en el conocimiento, el autocontrol y la responsabilidad para tomar decisiones. Este nuevo modelo se manifiesta delegando funciones lo que, a su vez, permite al empleado sentirse responsable y capaz. Esto contrasta con el modelo anterior, basado en acumular poder desde la cumbre de la pirámide directiva, algo que confirma la regla de que “cuanto más controlas, menos influencia ejerces”.

Las compañías han de formar a sus empleados para ser competentes, disponer de tiempo de acción/reacción y, por encima de todo, pasar a implantar una gestión estructurada por procesos en lugar de la clásica departamental. Según un estudio realizado por Towers Watson en 2013 a más de 200 empresas de todo el mundo, un significativo número de ellas está perdiendo oportunidades de oro para incrementar el grado de compromiso de sus empleados, así como la capacidad de atraer y retener talento por no tener un plan a largo plazo para gestionar su EVP (Employee Value Proposition), esto es, fomentar la motivación y la fidelización del talento de su fuerza laboral necesaria para que la empresa avance.

Con todo, podríamos resumir en  cuatro los niveles progresivos de la percepción de los valores:

1) La información permite saber en cada momento y de manera inequívoca qué se ha de hacer

2) La formación y los recursos me dan capacidad para hacerlo

3) La planificación de los procesos facilita tiempo para actuar

4) Con una gestión por procesos, cada miembro de la organización comparte un objetivo común y todos los esfuerzos se hacen en la misma dirección.

De la misma manera que las personas necesitan unas pautas de comportamiento, las empresas necesitan de unos valores empresariales para potenciar el trabajo de las personas, aprovechar y compartir el conocimiento y promover la innovación.

¿Aún sigues pensando que “personas” y “empresa” deben ir por caminos separados en lugar de ser compañeros de viaje?


Autor:  Alfonso Ramos
Director de Seidor Estrategias