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Es probable que los varones que consumen contenido sexual en OnlyFans compartan el mismo imaginario que los varones de generaciones anteriores en cuanto a su percepción de la mujer como objeto de consumo al que tienen derecho de acceder a cambio de dinero. Sin embargo, los nuevos varones quieren seguir accediendo a él creyendo que lo hacen en una relación (ficticia) entre iguales. Bajo la premisa del mito de la libertad de elección del neoliberalismo sexual, OnlyFans se publicita como una plataforma social en la que cualquier persona es libre de crearse una cuenta y vender contenido sexual. De esta forma, los varones creerían que, las mujeres, al suponer que lo hacen libremente por decisión propia, están fomentando el empoderamiento femenino. De hecho, creerían que además están haciendo un favor a las usuarias al ofrecerles beneficio económico.

Que haya juventud que no perciba similitudes entre OnlyFans, la pornografía y la prostitución, demuestra el triunfo de la plataforma a la hora de mostrarse como una red social más, una especie de “Instagram sexual” en la que solo se diferencia de las demás en que el contenido sexualmente explícito no se censura, dando la posibilidad, además, de poder ganar dinero con ello. Mientras que en Instagram se vende la intimidad a cambio de likes, incrementando la autoestima de las personas, y, en mayor medida, de las mujeres—mostrando una vida y un físico que en muchas ocasiones no son reales—, en OnlyFans se vende la intimidad de índole sexual a cambio de dinero.

La problemática de OnlyFans en referencia a su uso por parte de mujeres para ganar dinero, no debería centrarse tanto en si ellas están creando contenido sexual por decisión propia o no, sino en la forma de violencia estructural que podría estar suscitando la propia dinámica de la plataforma hacia todas las mujeres y no solo a las partícipes. Dicho de otra manera, hay que insistir en la idea de que es una plataforma que se encuentra en un contexto socioeconómico neoliberal y patriarcal con una industria del sexo construida por y para los varones. Cabe cuestionarse, como con el análisis del perfil de la demanda y la oferta de la prostitución, si una plataforma en la que las mujeres son el objeto de consumo —lo hayan elegido libremente o no—, y los hombres los consumidores, se están reproduciendo relaciones de poder entre los sexos y una perspectiva de carácter mercantil sobre los cuerpos de las mujeres, cosificándolas y apartándolas de la consideración de sujeto de derechos. Por ello, no se trata tanto de si las mujeres pueden decidir libremente vender su cuerpo, sino de preguntarse por qué los hombres están dispuestos a comprarlo. No se trata de decir a las mujeres cómo deben usar su cuerpo, ni de criminalizar a aquellas que lo hacen, sino de ver más allá de la situación individual de la decisión de una mujer para analizar por qué no son las mujeres las que están pagando para acceder al cuerpo de los hombres.

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