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No por obvio está de más repetirlo; que la comunidad internacional se ponga de acuerdo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero entraña una complejidad enorme. Se trata de un problema de acción colectiva, donde los incentivos de los actores individuales no siempre coinciden con los del grupo. Si uno de los países decide ser ambicioso en sus objetivos de reducción de emisiones pero el resto arrastra los pies, el primer país se enfrenta a los mismos riesgos que antes de plantearse las reducciones y además ha asumido un coste. Además, los costes y beneficios de la acción contra el calentamiento global son también inciertos.

A ello se une que los problemas del cambio climático, y los beneficios de las soluciones implantadas, serían sentidos dentro de unas cuentas décadas. Es difícil concentrarse en la tarea si los impactos se producirán más allá de la vida de quienes están tomando las decisiones. Los costes, por otra parte, son visibles en el corto plazo. “En el largo plazo todos estaremos muertos”, decía Keynes. No sorprende que sean los nacidos después del año 2000 quienes estén enarbolando la bandera del activismo. Lo anterior lleva a entender porque no conviene ser triunfalista en las negociaciones internacionales de cambio climático como la COP25 que se celebra en Madrid estos días.

En problema de fondo es el siguiente; en el año 1800, de acuerdo a datos proporcionados por Our World in Data, las emisiones globales de gases de efecto invernadero resultado de la quema de combustibles fósiles estaban por debajo de mil millones de toneladas de CO2, en 1900 eran dos mil millones de toneladas. Hoy son más de veinte veces mayores. En el mismo periodo la población mundial se multiplico por casi cuatro veces y la economía global por treinta. La vida también ha mejorado; ningún país del planeta tiene hoy una esperanza de vida tan baja como la de España en 1900.

En ese mismo año 1800, la concentración de CO2 en la atmósfera era de 283 ppm. En 1900 estaba todavía por debajo de 300. Pasaron ocho décadas hasta llegar a 350 y sólo unas pocas más hasta superar las cuatrocientas. Las consecuencias; el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) afirma que desde 1850 la temperatura media de la superficie terrestre del planeta ha aumentado algo más de un grado.

En 1992 se celebró la cumbre de la tierra en Río de Janeiro. Algunos líderes internacionales, el primero de ellos Margaret Thatcher, habían mostrado con anterioridad su preocupación por el cambio climático. En 1992 se adoptó la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que en 1994 entró en vigor. La Conferencia de las Partes, COP por sus siglas en inglés, reunida en Madrid, es el órgano supremo de la convención, su implantación y tiene el mandato de buscar nuevos acuerdos. Los firmantes del acuerdo de París se comprometieron a tomar medidas para mantener el calentamiento global por debajo de los 2oC frente a los niveles preindustriales y a hacer esfuerzos para mantener el incremento de la temperatura por debajo de 1,5oC.

Una revolución económica e industrial

Conseguir alcanzar el objetivo requiere cambios sin precedentes. La práctica totalidad de los procesos industriales y empresariales deberán ser modificados para conseguir alcanzar el objetivo marcado en París. La calefacción, los vehículos, la producción de acero, las técnicas de producción agrícola, las dietas de las personas…. Todo ello deberá cambiar.

Todos los procesos que utilizan combustibles fósiles deberán ser revisados y mejorados. Y todo ello deberá ser transformado mejorando la calidad de vida de los habitantes del planeta. Como cambiar las alas de un avión en pleno vuelo. La Unión Europea estima que para alcanzar los objetivos acordados en París será necesaria una inversión anual cercana a 180 mil millones de euros. Y hay que recordar que, según nos dicen los científicos, la temperatura continuará aumentando dado que lo relevante es la concentración de CO2 en la atmósfera.

El alcance de los cambios evidencia la dificultad de las negociaciones como la que está teniendo lugar en Madrid. Además, como en todos los procesos, habrá ganadores y perdedores. Es natural que estos últimos arrastren en cierta medida los pies. Pero cualquiera que sea la conclusión de la COP25 de Madrid, la dirección del movimiento está clara. Vamos hacia un mundo cada vez más preocupado por el cambio climático y que va a dotarse de los medios para hacerle frente. La reflexión estratégica que deberían hacerse las compañías es cómo ser parte de la solución y no del problema. Ni la opinión pública ni el mercado les perdonará situarse del lado equivocado. Respecto de Madrid, esperemos que la COP que se celebra estos días sea el inicio de una nueva etapa de mayor ambición en la lucha contra el cambio climático.

Ramón Pueyo