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Entre mis vicios confesables, ya que no es momento ni lugar para poner los otros encima de la mesa, está el de divertirme visionando películas de miedo. No recuerdo cuándo adquirí esta costumbre, ni por qué pasar miedo me divierte; sólo sé que ya de adolescente tenía auténtica pasión por este género. Y cuando digo miedo, no me refiero a las películas de suspense o casos policíacos; las historias sobre asesinos en serie y similares -con la excepción de la magnífica “Seven” y pocas más- siempre me parecieron sosas, descafeinadas, incapaces de generar una buena pesadilla. Siempre fui más fan de disfrutar de lo paranormal, lo terrorífico e incluso -sí, lo admito- lo sangriento. Es cierto que con los años esta vena truculenta ha decaído bastante, en favor del estudio de ciertos misterios y conspiraciones, pero sigo siendo un aficionado digamos que notable.

Y lo llamativo es que este pasatiempo no tiene nada que ver con mi carácter, bastante calmoso en general. Rehúyo el peligro sistemáticamente y busco situaciones y entornos tranquilos para disfrutar, solo o en compañía. De ninguna manera me gusta ponerme en tensión o arrastrar a ella a nadie; así que no sé de dónde me viene esta cuestión. En fin, una vez escuché que el peligro, cuando se ve desde lejos, subyuga; pero desde cerca, aterra. Supongo que por ese motivo me entretiene presenciar en una pantalla calamidades y males que jamás soportaría en mi vida normal, y es por eso también que disfrutar de ello, en un tiempo en el que todo lo políticamente incorrecto es cuestionable y ofende a alguien, no me parece reprochable ni dañino.

Una vez, hace mucho tiempo -probablemente no tendría más de dieciséis años-, estaba viendo una de estas películas con mi padre, de noche, en el salón de casa. Aunque la trama iba bien, en un momento dado uno de los protagonistas hizo una de esas cosas incomprensibles a las que los guionistas nos tienen acostumbrados para generar tensión. Ya sabéis a qué me refiero, cosas como bañarse en el lago en el que los vecinos han visto pirañas, correr en línea recta delante del coche que les persigue, tirar la pistola cuando se les ha encasquillado o buscar a tientas las gafas por el suelo cuando se les han caído, con los ojos guiñados y cara de no ser capaces de distinguir un rinoceronte aunque lo tuvieran delante. Como aficionado al género estas cosas me enfadan bastante, son recursos pobres propios de guionistas mediocres. Y recuerdo que, con todo el cabreo, le dije a mi padre:

– “Pero ¿por qué diablos hace eso?”

Y él me respondió:

– “Hijo, si los idiotas no existieran no habría películas de miedo”

Sabias palabras.

Escribo estas líneas finalizando el verano de 2020. Como muchos de vosotros, he disfrutado de unos días de descanso que he empleado en visitar zonas de España. Algunas de ellas recónditas, bastante aisladas del bullicio, que me han servido para sumergirme en el románico, restaurar fuerzas y poner en orden los pensamientos; y otras más turísticas, con el propósito de bajarme de la moto, remojarme un poco y tomar algo de sol. Y en todos, todos, TODOS los sitios que he visitado, me he topado con la misma emoción: el miedo.

Miedo al virus y los contagios, miedo a la supervivencia del negocio, miedo a la crisis económica, miedo a la situación de inestabilidad política. Miedo -y pena- en la playa al ver la cantidad de chiringuitos cerrados o prácticamente vacíos, miedo de los camareros de las terrazas despobladas de la monumental Plaza Mayor de Valladolid, miedo de los propietarios de hostales y pensiones en los que me he alojado, miedo en las noticias de cada informativo de la televisión.

Miedo que, en los casos más leves, se manifestaba en forma de temor contenido, más cercano a la incertidumbre y la resignación que al pánico. Otras personas, golpeadas en sus negocios y en sus ahorros, compartían con preocupante rapidez sus penas y un nada disimulado terror a lo que esté por venir.

Miedo provocado por los acontecimientos, agravado por la falta de confianza en quienes nos dirigen y multiplicado por nuestros propios temores e inquietudes.

Lo he dicho en otros artículos previos y repito que no quiero pecar de superficial. Soy muy consciente de la situación, del drama de las pérdidas humanas y materiales que a veces nos han tocado muy de cerca; consciente de lo que están sintiendo estas semanas y desde hace meses una familia, un empresario o un autónomo que sólo buscan sobrevivir. Terror. Y el terror nos paraliza, ¿verdad? Exacto, como en las películas de miedo.

Voy a permitirme la licencia de desdramatizar un poco la cuestión. O, al menos, sugeriros un par de ideas que a lo mejor provocan alguna reflexión al respecto. Por favor, tomadlo como un ejercicio divertido y no como una frivolidad.

Por lo que os comentaba al principio de este artículo, como aficionado al género de terror también estoy familiarizado lo que sucede en las situaciones que viven los protagonistas de las películas. Y sé que hay cosas que no funcionan, y otras que sí. Por ejemplo:

– La amenaza no se combate agazapándose debajo de la escalera. Los monstruos, los demonios y los asesinos con motosierra son muy insistentes buscando y encontrando a los que se esconden esperando vanamente pasar desapercibidos.

– Es tentador taparse con la manta confiando en que el asesino no te apuñale, pero muy poco efectivo. Depende de que el malo sea tonto, le entre un ataque de compasión o vete tú a saber… En cualquier caso, ceder la decisión sobre tu vida o muerte a alguien que te persigue mientras tú dejas de ver lo que hace porque estás debajo de una manta no parece ser la mejor de las ideas.

– Trata de no sucumbir a la irrefrenable tentación de bajar al sótano cuando escuchas ruidos raros en la casa. Es mucho más probable que el monstruo esté en el sótano que en cualquier otra habitación, y tentar al peligro suele traer aparejados algunos problemas de difícil solución.

– En situación de riesgo, sube a las plantas superiores. Se tiene mejor vista ahí, y, puestos a salir pitando, es mejor opción bajar escaleras en lugar de subirlas.

– Gritar mucho y hacer aspavientos no ahuyenta a los monstruos. Es más, los atrae y te acaban comiendo.

– Para terminar, por encima de cualquier otra consideración: haz algo. No te bloquees. Corre, huye, dispara, trepa, busca ayuda, sal rápido de la casa maldita, haz lo que sea. Ponte en acción. Pero no te detengas, porque paralizarte en una situación de riesgo tiene un coste-oportunidad muy alto. Y si no te lo crees, puedes consultárselo a los miles de víctimas inocentes de películas de terror que ahora descansan en frías morgues o colgados en algún almacén entre reses y aperos de labranza.

Si has tenido la generosidad -y la paciencia- de llegar leyendo hasta aquí, probablemente habrás deducido qué tiene que ver todo esto con el desarrollo de personas y la instauración sostenible de comportamientos efectivos, que es a lo que nos dedicamos y de lo que va esta publicación. Y si aun te lo sigues preguntando, te lo resumo en una sola frase, también de película: “El peligro es muy real, pero el miedo es una opción”.

Nadie duda de lo complicado de la situación que padecemos, y la incertidumbre ante lo que se avecina tampoco es el más tranquilizador de los escenarios. Ése es el peligro, los monstruos que te quieren atacar, ya sea en forma de rebrotes, contagios, paro o ruina. Y, a diferencia de las películas, en esta ocasión es un peligro muy grave y letalmente real.

Pero tú y tus amigos disponéis de armas con las que defenderos. Tenéis talento, lleváis años solucionando problemas y dando beneficios a vuestra Organización. Cada uno de vosotros tiene habilidades que, combinadas y lideradas de forma sinérgica, os ayudarán a encontrar nuevas posibilidades, opciones para salir del laberinto diabólico. Y, si usáis el sentido común y aprovecháis el formidable potencial del equipo que formáis, escaparéis de los monstruos. No os quepa la menor duda.

No sé si lo mejor en vuestro caso será armaros de utensilios de cocina para defenderos, improvisar una bomba casera metiendo un líquido inflamable dentro del microondas, cavar una trinchera y poner estacas en ella o pedir ayuda al viejo y sabio exorcista de la tribu india. Eso dependerá de vuestras particulares circunstancias. Pero sí sé algo con seguridad. Si decidís quedaros quietos, esperando la próxima previsión económica de Bruselas para dar el siguiente paso en el desarrollo del equipo, atenazados por el miedo a las consecuencias de precipitaros por una decisión atrevida, os estaréis tapando la cabeza con la manta en la cama. Y el monstruo os comerá.

Date prisa. Haz algo, junta a tu equipo y enfrentaos todos a los monstruos con vuestras mejores armas y la capacidad que ya habéis demostrado antes. Que sean ellos los que os teman.

Iván Yglesias-Palomar. Director de Desarrollo Directivo de Atesora Group.

Fuente: Atesora Group

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