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En una misma semana del pasado mes de junio de este año, vivimos el anuncio del presidente Trump de abandonar el Tratado de París sobre el clima, al tiempo que dos de los mayores inversores del mundo –Blackrock y Vanguard– ganaban a los ejecutivos de ExxonMobil la votación de la Junta de Accionistas en la que les instaban a integrar los riesgos del cambio climático en el negocio.

A simple vista se trata de una paradoja de los tiempos, sin embargo, observado con perspectiva, es una señal de cambio que merece cierta atención.

Los inversores más avanzados – y los más grandes – se han dado cuenta hace tiempo de que los principales activos de una compañía no siempre se encuentran en sus balances. Lo que denominamos hoy intangibles, son un componente principal del valor de las organizaciones.

Hablar de intangibles e inversión todavía hoy, se asemeja bastante a la idea que se tenía de la composición del universo antes del siglo XVII. En aquel tiempo los sabios carentes de mejor herramienta, le suponían a la materia una composición basada en agua, aire, tierra y fuego. Una aproximación que aunque se sabía imperfecta, nos permitió vivir felices durante siglos, al mismo tiempo que se desarrollaba el lucrativo negocio de la trasformación del plomo en oro.

De forma semejante podríamos decir que ese punto de composición no conocida de los intangibles, permite hoy a los alquimistas del mercado construir doradas promesas de valor, aunque no siempre se obre el milagro de la transmutación.

Hace treinta años que fue acuñado el término “desarrollo sostenible”. Embebido en un largo informe de Naciones Unidas, trataba de proponer nuevas formas de diseño a los tradicionales patrones de crecimiento, que tuvieran en cuenta los resultados económicos, pero también las personas y el cuidado del planeta.

Muchos inversores han tomado este concepto como una aproximación metodológica a la calidad de la gestión del valor intangible fuera de balance. Al mismo tiempo que les permite disminuir la volatilidad de los valores y por tanto dotar de mayor precisión a sus modelos.

Esta presunción se basa en la convicción de que las tendencias demográficas y las tensiones sociales, sobre los recursos y el calentamiento global, están teniendo un impacto determinante en el diseño de los mercados. Y consideran que les ofrecen mayor confianza aquellas compañías capaces de entender mejor lo que ocurre alrededor y actuar en consecuencia.

Estos factores, englobados bajo las siglas “ESG” – Environment, Social and Governance – , son cada vez mejor estudiados, al ser considerados como un proxy inteligente de estas variables “pre-financieras” que ayudan a mejorar y proteger la capacidad de una compañía de acceder a los mercados. Podríamos decir que es el principal componente del intangible fuera de balance de una compañía.

Se puede observar esta tendencia en las propuestas de resolución de los inversores activistas en las Juntas Generales. Y es que este año en el mercado norteamericano las propuestas más frecuentes no han sido aquellas que instaban a los ejecutivos a repartir más dividendos, si no las dirigidas a adoptar compromisos responsables en materia social (201 propuestas) y de protección del medio ambiente y el clima (112 propuestas), lo que suponen un crecimiento del 25% aproximadamente con respecto al año pasado.

Uno de los exponentes más influyentes de esta forma de leer el valor de las compañías, son los índices Dow Jones Sustainability, cuya composición para el próximo año ha sido publicada estos días.

Desarrollados a finales de los noventa, seleccionan el 10% de las compañías que – a su juicio – contribuyen de forma más adecuada a un modelo de desarrollo más sostenible. Una especie de prueba de compatibilidad del negocio hoy con lo que será norma en el futuro.

El rigor y la exhaustividad del análisis y la competencia global, hacen que pertenecer y permanecer en este índice año tras año no sea una tarea fácil.

En la evaluación de Dow Jones Sustainability de este año las empresas españolas han vuelto a dar la talla.

Catorce son las organizaciones que han accedido al índice mundial. El sector Utilities es el más representado con cuatro compañías, Endesa, Gas Natural Fenosa, Iberdrola y Red Eléctrica, esta última además es líder global de este sector. Tres han sido los bancos españoles elegidos: Santander, Bankia y CaixaBank. A estas se suman Ferrovial, Siemens Gamesa, Enagás, Inditex que es líder mundial del sector Retailing, Amadeus que es líder mundial del sector Software & Services, que se incluye en el índice junto a Indra y Telefónica.

Los criterios evaluados por esta familia de índices evolucionan año tras año, adaptándose a las tendencias globales, incorporando nuevos factores de riesgo y respondiendo a las expectativas de analistas, inversores y otros grupos de interés.

Así, en los últimos años se han incluido en el repertorio de aspectos que se evalúan otros nuevos, como son la gestión de riesgos avanzada, la política responsable del pago de impuestos o la protección de la información con respecto a ciberataques.

Estos inversores piensan que con la ayuda de estos factores se explican y entienden mejor los éxitos y los fracasos de las compañías. Unas lentes graduadas para poder ver y evaluar de una forma más adecuada el significado actual del concepto valor. Pudiendo entonces comprobar cómo éste va más allá de lo circunscrito a los elementos fundamentales que rigen el balance y cuenta de resultados de ese año.

Cuando Robert Boyle descubrió que los cuatro elementos fundamentales de la materia estaban compuestos a su vez por partículas, diversas y complejas, aunque nadie las había visto, abrió la puerta al estudio de una nueva ciencia de un nuevo tiempo. Seguramente con este descubrimiento no fue capaz de acabar con las trampas de los alquimistas, pero lo que parece ser seguro es que comenzó la Química. Y dicen las crónicas que también fue septiembre.

José Luis Blasco, Socio responsable de Gobierno, Riesgo y Cumplimiento (GRC) de KPMG en España y responsable global de Sostenibilidad