Consultoría & Consultores

En un pasado número de Talento, en concreto en el artículo “A ver si nos aclaramos”, tuve oportunidad de hablar del coaching como técnica relativamente novedosa, diferenciándola de otras que pueden parecer similares o solapadas en sus formas o el objetivo que persiguen. A nadie que tenga un mínimo de responsabilidad en el desarrollo de personas se le escapa que, a día de hoy, el coaching, lejos de ser una moda o una ocurrencia de algún desocupado o el vendedor de crecepelo de turno, es una de las herramientas más apropiadas con las que contamos para acompañar a los seres humanos en su crecimiento personal y profesional.

Esta afirmación no es la opinión de la humilde pluma que escribe estas líneas; es un hecho contrastado de varias formas bastante objetivas:

–Los miles de testimonios de personas que han experimentado profundas transformaciones en sus vidas a raíz de un proceso de coaching
–La recurrencia de las empresas a la hora de contratar este tipo de servicio
–El crecimiento de la demanda de coaching por parte de medianas y pequeñas empresas
–Y, en consecuencia, el hecho de que cada año se forma en escuelas de coaching y certifica en los organismos de validación un mayor número de profesionales; haciendo que paulatinamente desaparezca la figura del “consultor_que_un_día_puso_que_era_coach_en_su_tarjeta” para dar paso al coach profesional, que hace su trabajo según unos estándares rigurosos de metodología y ética

Sin embargo, hay un enfoque que no se suele contemplar, y que cualquier persona que esté valorando formarse en esta disciplina sin duda agradecerá: se trata de los beneficios que una persona puede obtener de su certificación como coach aunque no se dedique al coaching de forma profesional.

La idea de escribir este artículo me vino de una de las muchas conversaciones que he mantenido con personas que han resultado movilizadas después de un proceso de coaching -poco importa si dicho proceso tiene un origen profesional o personal, los mecanismos conductuales que se ven afectados son los mismos-. Es verdad que no a todo el mundo le funciona el coaching, bien porque su situación requería otra herramienta, bien porque no era el momento de madurez apropiado, bien porque el coach no fue lo suficientemente hábil, etc. Pero es muy habitual que, si todo ha ido como debiera, el coachee consiga metas que poco antes consideraba inalcanzables y experimente un subidón de autoestima que le lleve a formularse lo que yo llamo La Gran Pregunta:

“…¿Oye, y qué hay que hacer para hacerse coach?”

De hecho, el efecto balsámico del coaching es tan frecuente que sin necesidad de vivir un proceso individual, sólo por haber participado en algún taller grupal de los miles que he facilitado desde que me dedico a esto, no menos de diez personas -que yo tenga constancia- han tomado la decisión de formarse como coaches, dejar su medio de vida y consagrarse profesionalmente a desarrollar a otros seres humanos. Diez puede parecer un número pequeño entre decenas de miles, pero a mí me parece abrumador que lo que yo haya podido hacer dentro de una sala fuese lo suficientemente impactante para que alguien tomase la arriesgadísima decisión de dejar su estabilidad en pos de una nueva e incierta profesión, remunerada con un salario probablemente menor en cuantía, pero mucho más abundante desde el punto de vista emocional.

Sin embargo éstos son los casos más extremos. No podemos pretender que todo el mundo experimente una movilización de semejante calibre, y, de haber más convencidos de este tipo, probablemente la mayor parte fracasaría en su lanzamiento estelar por no haber calibrado bien:

–el aguante económico necesario para la transición
–el tiempo requerido para ser percibidos como seniors en su nueva profesión
–el proceso comercial y el larguísimo ciclo de ventas de este tipo de servicio tan intangible
–el marketing preciso para diferenciarse de sus muchos competidores, etc.

De hecho, creo que las prisas generadas por tanta dopamina son muy peligrosas, y llevan a muchos nuevos coaches a abandonar precipitadamente sus fuentes estables de ingresos en pos de unas infundadas expectativas de buenismo y abundancia. En otras palabras, aunque yo fui de los afortunados en poder cambiar de trabajo y dedicarme por entero al coaching sin morir de hambre en el intento, muchos de mis compañeros de certificación jamás han hecho una sesión de coaching profesional, y otros muchos tuvieron que regresar a sus anteriores empleadores con el rabo entre las piernas al no saber cómo hacer esa transición con éxito. Y eso que yo me certifiqué hace más de diez años, cuando salíamos al mercado cien coaches al año; hoy día se certifican muchos más, que competirán inexorablemente por conseguir su respectiva cuota.

Entonces, si no tengo intención de dejar mi actual empleo y por otra parte hay tantas probabilidades de no encontrar hueco como coach profesional, ¿para qué me voy a formar?¿No sería un gasto inútil de tiempo y dinero?

La respuesta es un NO categórico. Merece la pena, y mucho, certificarse como coach aunque no tengas pensado trabajar en ello. Por citar algunas razones, aquí van cinco:

1.La formación en coaching es extraordinariamente renovadora y motivacional; no puedes ayudar a “resetearse” a una persona si no te “reseteas” tú antes, así que es una experiencia maravillosa y una gran oportunidad para enfrentarte a tus creencias limitantes y sustituirlas por otras potenciadoras -de ahí el subidón que comentábamos antes-. O sea, que pasarás del “no puedo” al “estoy deseando empezar”.
2.El coaching se basa en hacer preguntas, para estimular el proceso de responsabilidad (entendida como “habilidad para responder”) del sujeto. Y esto funciona también contigo mismo, en una suerte de “auto-coaching”. Es decir, adquirirás el hábito de no dar nada por sentado, ver múltiples enfoques ante una misma situación, aportar racionalidad y posibles soluciones para tus propios bloqueos en los momentos en que estás más prisionero de tus emociones…
3.Un pilar del coaching es el profundo respeto del coach hacia el ser humano que tiene delante, sin juzgarle y con propósito de acompañarle en sus objetivos. Así que los coaches desarrollan los mecanismos relacionados con la empatía y mejoran enormemente su relación personal con sus propios círculos de contacto -pareja, familia, compañeros, amigos, etc.-
4.Como vimos en el artículo “Cuatro estilos, cuatro garantías de acertar con el mentoring” de un anterior número de Talento, el uso de las herramientas características del coaching (escucha activa, preguntas poderosas, feedback, feedforward, etc.) son altamente recomendables cuando queremos desarrollar a una persona que ya muestra un alto grado de madurez en el desempeño de una tarea, y desde el punto de vista del management funcionan mucho mejor que las órdenes, las sugerencias o los consejos. De modo que hacerte coach incrementará tus competencias como líder de tu equipo, así como en eventuales procesos de mentoring en los que estés involucrado como mentor
5.Cada vez más empresas están formando a personas de la propia organización para actuar como coaches internos, con objeto de contener hasta donde sea posible la contratación de coaches externos -por lo general bastante caros cuando son buenos- en procesos de coaching cotidianos, sencillos o de bajo riesgo, y reservar el presupuesto para circunstancias que requieran la intervención de coaches de mayor nivel. Así que a lo mejor hay hueco para ti y puedes hacer sesiones en tu propia empresa…
Y a esta lista podríamos añadir algunos beneficios colaterales más para el coach (desarrolla la asertividad, entrena la resiliencia, ayuda a SMARTizar objetivos, refuerza la autoestima, genera en los demás sensación de confiabilidad, da imagen de madurez ante colaboradores, managers y clientes, mejora las habilidades comerciales, etc.); pero me basta con los arriba citados.

Es cierto que la mayoría de los profesionales que deciden certificarse como coaches provienen de actividades relacionadas de una u otra forma con el desarrollo de personas -técnicos de RRHH, formadores, psicólogos, orientadores, asistentes sociales…) Pero eso no significa que el coaching no pueda resultar útil para otro tipo de profesiones, de hecho yo diría que para todo tipo. Mi sugerencia es que, si estás dándole vueltas a esta posibilidad, consultes lo antes posible con un coach profesional para pedirle su opinión -si no sabes dónde encontrar uno, habla con algún responsable de RRHH de tu empresa, seguro que conoce a alguien); investiga un poco, sondea las opiniones de tus conocidos que hayan pasado por un proceso de coaching; mira a ver qué escuela(s) hay en tu población, descárgate los temarios y dáselos al coach para que te pueda ayudar a tomar una decisión (es importante que la escuela esté autorizada por algún organismo certificador como ICF, AECOP, FIACE, etc, no sólo para que tu título tenga valor en el mercado, sino para tener -y ofrecer- la garantía de que has sido formado de acuerdo a unos estándares de metodología y ética adecuados). Hay diferentes opciones, pero lo importante es que te pongas manos a la obra y tomes una decisión fundada, aunque finalmente ésta sea la de no certificarte. Mi recomendación es que sí lo hagas, pero es cierto que yo estoy sesgado porque el coaching me encanta.

Y si eres de los que ya han pasado por su etapa de formación y contemplas la posibilidad de dedicarte en el futuro a ello pero no sabes cómo empezar, la sugerencia que puedo ofrecerte es que no dejes tu trabajo por el momento y hagas muchas sesiones de coaching en tu tiempo libre. Primero, aunque no sea recomendable cuando ya tengas más horas de vuelo, a conocidos -no demasiado cercanos- que estén dispuestos a invertir algunas horas de su tiempo en tus prácticas; después puedes continuar con conocidos de tus conocidos; si a alguien le ha gustado su proceso, pídele asertivamente que te recomiende. Una forma muy interesante de comenzar a hacerlo de forma profesional es el intercambio de servicios. Por ejemplo, mi primer coachee es mi actual fisioterapeuta; como por aquel entonces yo era novato, no tenía ni idea de cuánto cobrarle y no me sentía honesto poniendo un precio a mis servicios porque a fin de cuentas estaba aprendiendo, decidimos que él me trataría a cambio de mis sesiones. El día que amanecía con una contractura, ya sabía que terminaría haciendo una sesión de coaching al fisio. (Por cierto, todo salió genial; el proceso terminó con gran éxito, fue el origen de una relación de amistad que dura hasta el día de hoy y de vez en cuando seguimos cuidándonos mutuamente). En definitiva, no importa a quién se lo hagas, qué precio pongas o cuánto tiempo dure tu eventual transición; lo relevante es que hagas muchas sesiones, te enfrentes al pánico de no saber qué preguntar en un momento dado, aprendas a no sobre-empatizar con el coachee, adquieras soltura en el manejo de creencias, reencuadres, modelos de observador. Practica mucho, lo agradecerás antes de hacer el triple salto mortal sin red. Luego, ya veremos si hay hueco o no en el mercado. Por el momento, la salud del coaching es muy buena, y parece que todo va a más.

Siempre digo que el coaching no es una herramienta, es un modo de vida. Proporciona recursos no sólo para acompañar a otros, sino para afrontar el propio día a día de forma más equilibrada, solvente y positiva. Por tanto, te lo recomiendo.

Y, para terminar, no puedo por menos que recordar las palabras de mi mentor Jorge Kenigstein, cuando, al ver mi cara de escepticismo al hablar por primera vez de la posibilidad de certificarme como coach, me dijo: “No te hagas ilusiones. El coaching no es magia… pero se le parece mucho.”


Iván Yglesias-Palomar, Director de Desarrollo de Negocio de Atesora Group.

Fuente: Atesora Group

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