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El jueves 19 de enero, tuve la oportunidad de asistir a la presentación del informe El camino hacia el empleo juvenil. Qué puede hacer la empresa” del Observatorio Empresarial Contra la Pobreza. De la mano de Codespa y en el marco del Espacio Fundación Telefónica pudimos escuchar las opiniones, reflexiones, iniciativas y experiencias de instituciones, entidades y empresas preocupadas por la dimensión, complejidad y consecuencias de la situación que vivimos (en España, en Europa y en el mundo) respecto al desempleo juvenil.

En España, durante el segundo trimestre de 2016, el 34% de jóvenes entre 16 y 29 años no encontraban empleo. Las consecuencias de este problema, que lleva al desempleo a más de 1.200.000 jóvenes en nuestro país, son dramáticas. Entre otros aspectos, el empleo tiene una incidencia directa en el bienestar de los jóvenes, por lo que la ausencia del mismo, o la existencia de condiciones laborales inadecuadas, pueden marcar un itinerario de exclusión social*.

Como mujer, madre, trabajadora, profesional de recursos humanos, especialista en selección y voluntaria en proyectos para fomentar la empleabilidad de los jóvenes he considerado que un nuevo baño de realidad sobre esta problemática (ya conocida para mi) me ayudaría a reposicionar este tema en mi escala de prioridades y acciones. Y así ha sido.

No voy a hablaros del informe y sus conclusiones porque podéis verlas aquí. Pero sin duda os invito a leerlo y sobre todo a que sea el punto de partida a la pregunta ¿qué voy a hacer yo respecto a este problema?

Cada día escuchamos a compañeros, amigos y familiares, instalados en la “queja” en lo que a su trabajo se refiere. Todo el mundo trabaja mucho, a poca gente parece gustarle lo que hace, casi nadie esta conforme con su horario o con su sueldo, y por lo que se dice de ellos, entre los jefes parecen abundar personas malvadas cuyo objetivo vital es hacer la vida imposible a los demás. A eso podemos sumarle la necesidad imperiosa de compararnos (siempre con los que están mejor que yo, nunca con los que están peor) que nos hace valorar aún menos lo que tenemos. ¿Cuánto valoramos el trabajo que tenemos?

Valorar el trabajo que uno tiene, con sus cosas buenas y sus cosas malas (y hago un inciso, darle el valor que tiene no es sinónimo de conformarse, pero eso no es para este post) es el primer paso para entender la situación de aquellas personas que no lo tienen y que tomemos un papel activo, cada uno desde su ámbito de actuación, en mejorar la situación. Ayer hablábamos del papel de las empresas en el camino al empleo juvenil. Pero las empresas las hacen las personas y las iniciativas, las ideas y las acciones las ponen en marcha las personas. Cada uno de nosotros.

La falta de empleo, especialmente cuando se mantiene en el tiempo, tiene consecuencias más allá de las económicas. Tiene un impacto social, emocional y familiar. Dificulta la independencia y por tanto la libertad de elegir. La formación, la capacitación y la adquisición de habilidades son claves en la empleabilidad de una persona, pero cuando el problema está tan instalado eso no es suficiente y hay que adoptar medidas adicionales adecuadas al contexto y situación y que además contribuyan a no replicar el problema a futuro.

La paradoja es que con la tasa de desempleo que tenemos, ayer se aportaba el dato de al menos un 24% de empresas con grandes dificultades para cubrir las posiciones que necesitan y para incorporar a los profesionales con la cualificación necesaria para realizar esos trabajos. Algo estamos haciendo mal cuando miles de puestos de trabajo no pueden cubrirse porque no hay personas preparadas para desempeñarlos. Sin duda hay que trabajar sobre el sistema educativo pero también las empresas tienen el papel de paliar ese “gap” actual apostando por la capacitación de los profesionales, identificando las competencias y el potencial para a partir de ahí formar a las personas en lo que la propia empresa necesita.

El desconocimiento del problema, de su dimensión y de sus consecuencias (recogidas en el informe) es una de las barreras que impide avanzar en las soluciones. Por eso he querido empezar mis acciones escribiendo este post para contribuir a su difusión y que las empresas (en definitiva las personas que las formamos) empecemos a trabajar en el objetivo de común de paliar esta situación.

Esther Fernández