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Si algo me ha caracterizado a lo largo de mi casi medio siglo de edad, es que, tal y como diría mi madre, soy aprendiz de todo y oficial de nada.

He cultivado numerosas aficiones. Algunas de ellas prosperaron con los años y la práctica, y se convirtieron en nucleares en mi vida. Otras no fueron más que episodios momentáneos, destinados a entretener la curiosidad de alguien que se aburre haciendo la misma cosa más de media hora. Sin embargo, una de las que me ha acompañado más tiempo a lo largo de mi vida ha sido el interés por la astronomía. Quiero dejar claro que hablo de astronomía y no de astrología, es decir, que me atraen mucho las galaxias, las estrellas y los planetas, pero no creo para nada en su influencia en nuestra vida, ni en las cartas astrales y temas por el estilo.

Y el caso es que no sé de dónde me viene esta manía. Más allá de mostrar un relativo interés por estas cosas, ni mi familia ni mi círculo de amigos generaron la más mínima influencia sobre mí en esta cuestión. El recuerdo más temprano que tengo al respecto -con excepción de la obsesiva fascinación que me producía un atlas que tenía mi padre en su biblioteca, en cuyas primeras páginas había algunas ilustraciones muy básicas de las manchas solares, un dibujo de la Vía Láctea y un esquema de la eclíptica, el plano del espacio en el que se organiza el Sistema Solar-, es andar cuando era niño con mis padres de noche por las calles de Madrid mirando hacia arriba, como si la contaminación atmosférica y lumínica permitiera ver algo más que la Luna.

Ya de jovencito invertí ahorros y mucho tiempo libre en la contemplación del cielo, hasta que unas inoportunas cataratas provocadas por la mala administración de un colirio me impidieron disfrutar como es debido de las maravillas de la observación directa a través de un telescopio o de unos prismáticos astronómicos. Con veinticinco o treinta años no era extraño verme a las cuatro de la madrugada en lo alto del puerto de Navacerrada con un pequeño telescopio refractor, más solo que la una, helado por completo, manejando la montura ecuatorial con los dedos ateridos por el frío, y apuntando al espectáculo natural del juego de luces y sombras que se produce en los cráteres de la Luna en los mágicos momentos de cuarto creciente o menguante. De hecho, aún hoy en día conservo un telescopio
y unos binoculares para observación nocturna que todavía me proporcionan noches de diversión, si bien ya sólo en verano y desde el pequeño jardín de mi casa, que la edad no es compatible con las incomodidades.

El rmamento siempre ha supuesto para mí una fuente inagotable de asombro y nostalgia. Asombro por las inconcebibles magnitudes, por la variedad de cuerpos celestes y formas de energía, por un Cosmos en el que lo extraño es lo más normal. Nostalgia por las ataduras a las leyes de la física, la pesada sensación de soledad y la placentera rutina de comprobar año tras año que, por cada respuesta que obtenemos, surgen cien nuevas preguntas, a cada cual más desconcertante.

Ahora que nos hemos lanzado a explorar nuestro vecindario más inmediato pasito a pasito, sonda a sonda, hemos comenzado a tomar conciencia de que no tenemos la menor ideade nada. Las teorías que se daban como ciertas desde el sillón del observatorio se ven desmontadas sistemáticamente por los descubrimientos que se hacen sobre el terreno.

Por ejemplo, desde pequeño había oído mil veces que en la Luna no puede haber agua. Bueno, pues la sonda Lunar Reconnaissance Orbiter descubrió en 2012 que sí hay agua helada en cráteres del polo sur de la Luna sumidos en oscuridad perpetua. Por cierto, descubrimiento que se vio subrayado cuando la sonda Messenger comprobó el mismo fenómeno en Mercurio, un planeta cuya temperatura máxima diurna es de 465C, más o menos el doble que un horno doméstico a plena potencia… Pues también hay agua helada allí.

Otro de los descubrimientos que más me impresionan es el hexágono que la sonda Cassini descubrió al sobrevolar el polo norte de Saturno en 2009. Un perfecto y enorme hexágono regular -mide el equivalente a cuatro Tierras de anchura- permanece estático e inalterable mientras el resto de nubes da vueltas rodeando el eje polar como cabía esperar. Qué fuerzas naturales son las responsables de formar esa figura imposible y por qué no rota con
el resto de las nubes es, hasta donde yo sé, un absoluto misterio, que sin duda algún día desvelaremos sólo para comprobar que otros cuantos ocupan su lugar para nuestra desesperación y placer.

Podríamos llenar millones de artículos como éste enumerando los misterios del Universo conocido que a día de hoy nos sorprenden. Pero hay uno que me fascina especialmente, porque, a diferencia del resto, siento que me toca muy de cerca; aunque soy consciente de que otras personas lo considerarán una simple curiosidad, o no pasará de ser algo meramente anecdótico en sus vidas.

El asunto sobre el que quiero hablaros comenzó hace varias décadas, cuando dos científicos, Walter Álvarez y su hijo Luis, estaban investigando acerca de estratos geológicos, y, de manera mitad casual y mitad deductiva, descubrieron la posible causa de la famosa extinción masiva de dinosaurios que se produjo hace aproximadamente sesenta y cinco millones de años. No voy a entrar en muchos detalles, que para eso está Google, pero para entender este asunto es importante conocer cómo trabajan los geólogos.

A lo largo de la historia, cada capa de suelo va acumulando encima de ella nuevos materiales, que, con el paso del tiempo y los rigores de la erosión y la climatología, se verán enterrados a su vez por otras capas de suelo, compuestas por minerales, polvo, sedimentos, etc. Por eso las ruinas de antiguas ciudades o civilizaciones se encuentran frecuentemente enterradas, porque el terreno que pisaron nuestros antepasados estaba por lo general varias capas por debajo del que pisamos nosotros.

De vez en cuando, ya sea por un desprendimiento o por la peculiar orografía de una zona en concreto, quedan al descubierto esas capas. Los científicos entrenados son capaces de leerlas como si se tratase de las páginas de un libro; cuanto más arriba está una capa, más moderno es el periodo en el que se creó, y viceversa.

Pues lo cierto es que los Álvarez se encontraron con que, en el momento exacto en que se produjo esa extinción, separando los estratos correspondientes a los períodos Cretácico y Terciario, existe de forma global una pequeña capa de iridio, que es un material muy poco habitual en la Tierra pero muy frecuente en los meteoritos. Ello les llevó a deducir que un objeto ajeno a nuestro planeta impactó de forma brutal contra él, llenando la atmósfera con sus restos, los cuales, una vez causado todo el mal del que eran capaces, se sedimentaron en el suelo pasando a formar parte de nuestra historia geológica.

Siendo llamativo, este descubrimiento dio paso a otro aún más intrigante. Y es que esa capa de iridio -que es lo que los angloparlantes suelen llamar “the smoking gun” (el arma humeante), es decir, la prueba de nitiva del crimen-, se repite a intervalos periódicos separados por decenas de millones de años, y causando en cada ocasión una extinción masiva de formas de vida en nuestro planeta.

Hoy día, la teoría del meteorito asesino es aceptada como la más plausible para provocar una masacre de semejantes dimensiones. Pero ¿qué fenómeno podría hacer que cayeran meteoritos sobre nuestro planeta con una regularidad propia de un reloj suizo? ¿Y qué magnitud debería tener ese fenómeno para intervenir sobre nuestro destino a escala planetaria?

Después de teorizar sobre diferentes hipótesis, algunos científicos han llegado a una conclusión realmente sorprendente.

En los suburbios de nuestro sistema solar existe una zona llamada Nube de Oort, en honor a Jan Oort, su descubridor. Allí, en los límites de la influencia gravitacional de nuestro Sol, donde éste deja de ser la enorme esfera de gas incandescente que conocemos, portadora de luz y de vida, y pasa a ser tan sólo una estrella algo más brillante que las otras, otan en una lentísima órbita miles de millones de rocas heladas, oscuros vestigios de un tiempo remoto, los ladrillos que sobraron después de construirse nuestros planetas y satélites.

Allí están, ingrávidas, como motas de polvo que transitan en silencio a lo largo de milenios las gigantescas distancias que constituyen su periplo alrededor del Sol. En condiciones normales, nada las interrumpe ni altera su rumbo. No obstante, en ocasiones se produce un pequeño tirón gravitatorio que hace que alguna de esas rocas caiga hacia el Sistema Solar interior. Eso es lo que conocemos con el nombre de cometa.

La mayor parte de los cometas no constituyen una seria amenaza. Muchos de ellos se acaban estrellando contra el Sol, otros muchos son atraídos por la fuerte gravedad de Saturno y Júpiter, nuestros guardaespaldas planetarios. Sólo de vez en cuando alguno de ellos pasa lo bastante cerca de la Tierra como para constituir una razón realista de alarma, aunque en los últimos cien años este fenómeno se ha producido al menos dos veces, ambas en Rusia, en 1908 y 2013 respectivamente.

Pero si algo lo su cientemente masivo se acercase a la Nube de Oort, con toda seguridad provocaría un desequilibrio gravitatorio de bastante intensidad como para que cientos o miles de objetos se precipitasen en caída libre hacia el Sol, aumentando las posibilidades de que uno de ellos, de cierto tamaño, golpease a nuestro planeta provocando una hecatombe. Y si, como parecen demostrar las capas de iridio de nuestro suelo, esas mortales lluvias de proyectiles se producen a intervalos regulares, puede indicar que se debe a que algo, desconocido aún pero que posee una inmensa gravedad, está orbitando también alrededor del Sol, posiblemente en una órbita muy excéntrica y alargada, pero regular, constante y sádicamente puntual.

Y aquí se produce la sorpresa. ¿Qué puede haber en el espacio, relativamente cercano al Sol, orbitando elípticamente a su alrededor, con un período de decenas de millones de años y lo suficientemente masivo como para provocar una alteración significativa de la Nube de Oort? Ciertos astrónomos consideran que tan sólo otra estrella es capaz de cumplir todos estos requisitos.

¿Cómo? ¿Otra estrella orbitando alrededor del Sol? ¿Y dónde está? Las estrellas tienen luz propia, de modo que debería ser observable, y mucho más si está relativamente cerca de nosotros…

…Bueno, sí, pero no en todos los casos. Por ejemplo, existe un tipo de estrellas llamadas enanas marrones, que casi podrían ser consideradas como abortos de estrellas porque no adquirieron la su ciente masa crítica para que se produjera la fusión nuclear. Son relativamente frías y casi no emiten ninguna radiación, ni en forma de luz ni de calor, lo que las hace prácticamente indetectables a nuestros sistemas de rastreo. Pero siguen siendo cuerpos muy grandes y pesados, lo que las convierte en importantes a nivel gravitatorio.

Como todos vosotros, crecí en el convencimiento de que el Sol es una estrella solitaria con una serie de planetas que orbitan a su alrededor. Pero lo cierto es que este tipo de astros es muy raro en el Universo, ya que lo habitual es que las estrellas se organizan en sistemas dobles o triples, de tal forma que al menos dos de ellas orbitan alrededor de un centro de gravedad común. Si esta teoría fuera cierta, lo que aún está lejos de demostrarse en la práctica, significaría que nuestra concepción del Sistema Solar ha sido errónea desde siempre. Y es muy posible que se demuestre más pronto que tarde; incluso la hipotética compañera del Sol ya ha sido bautizada como Némesis, la diosa griega de la venganza, es fácil imaginar por qué.

Si en los próximos años alguien lograse verificar esta teoría, eso significa que nuestros hijos y sus descendientes estudiarán en la escuela un vecindario cósmico muy diferente al que nosotros aprendimos; y también será una lección de humildad para nuestra especie, ya que nos demostrará que, pese a nuestro derroche tecnológico y los enormes esfuerzos de observación y método científico que llevamos empleando durante siglos, la concepción que teníamos sobre nuestro entorno más cercano era tan errónea como cuando creíamos que la Tierra era plana o el centro del Cosmos. Incluso es muy posible que nuestros nietos se rían de lo ignorantes que éramos sobre algo que a ellos les parecerá natural.

Es un precioso ejemplo de cómo algo, que puede parecer cierto y universalmente aceptado, no es nada más que una idea, un modelo mental, ya sea individual o compartido por toda la humanidad. En otras palabras, si esta teoría resultara ser cierta, se desmontaría un enorme paradigma.

Los seres humanos tenemos tendencia a creernos en posesión de la verdad. Dogmatizamos con su ciencia acerca de cosas que no dejan de ser más que opiniones, creencias o meros juicios. Rechazamos fácilmente las evidencias que pueden demostrarnos que no somos los portadores de la verdad absoluta, y tendemos a enfrentarnos emocionalmente contra aquéllos que mani estan puntos de vista contrarios al nuestro, aunque sean tan subjetivos como aquél. Somos capaces de llegar a las manos y agredir al que pre ere otra opción política, otro equipo de fútbol o el pueblo de al lado en vez del nuestro.

Cuando desarrollamos personas, cuando les acompañamos utilizando técnicas de coaching o mentoring, cuando hemos consagrado nuestra vida a hacer que otros sean más capaces y autosuficientes, es crítico aprender y enseñar a cuestionarse las cosas, a diferenciar hechos y principios de juicios y modelos mentales, a desmontar paradigmas y creencias limitadoras. Lo que hoy puede parecernos una barrera insalvable, mañana puede constituir la plataforma sobre la que catapultemos nuestro propio crecimiento. La persona que hoy parece desobediente, inconformista o inconsistente, mañana puede ser quien revolucione el modo de pensar de sus contemporáneos. Lo que hoy es vanguardista, mañana probablemente será rancio y obsoleto.

Nada hay grabado sobre piedra. Cuestiona, experimenta, sé crítico y desarróllate. No te limites ni te sometas a la dictadura de lo aceptado. Se trata de un sano ejercicio, y es muy posible que te lleves algunas sorpresas. ¡¡Bienvenido a la diversión!! Tu propia Némesis te espera.

Iván Yglesias-Palomar
Director de Desarrollo de Negocio de Atesora Group