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Tal y como las ciencias sociales ya han demostrado a lo largo de la historia, se habla de socialización como un proceso que empieza casi antes de que una persona nazca, es decir, con la anticipación identitaria que hace la sociedad sobre ese individuo que nacerá, hasta que este muere. Somos seres sociales que nos construimos y definimos a través de las interacciones con otras personas, con otros colectivos. Así pues, se puede afirmar que la socialización va a ser el elemento que influya de manera directa en el diseño de nuestra misma subjetividad.

Como bien sabemos, la educación (en todas las edades y espacios) juega un papel crucial, por no decir primordial, en cuanto a la construcción de la identidad y de la socialización. En dicho proceso de construcción identitaria, tanto individual como colectiva, se debe poner en el centro la vida de las personas, de todas las personas. Se debe comprender este desarrollo identitario desde la libertad y la igualdad real como elementos que garantizan los derechos humanos, y un desarrollo holístico y respetuoso con todos los grupos y sociedades. Para garantizar una socialización de calidad, es imprescindible basarse en una educación democrática y dialógica que esté comprometida con todas las voces, con todos los grupos sociales y, especialmente, con aquellos que históricamente han estado marginados e incluso anulados. La base teórica que defiende esta idea tan clara es el aprendizaje dialógico.

“La tendencia dialógica se encuentra tanto en el salón de nuestro domicilio y en el centro de salud, como en ámbitos de política internacional o en la investigación científica. Esta tendencia muestra que, cada vez más, las personas queremos que lo que concierne a nuestras vidas sea resuelto a través del diálogo y, cuando la vía dialógica se rechaza, entonces la violencia, física o simbólica, se impone. Evidentemente, esto no significa que las relaciones de poder hayan desaparecido por completo, sí significa que hay una creciente tendencia a confiar más en el diálogo para resolver los conflictos. En palabras de Habermas (1987), ya no queremos los argumentos por la fuerza, sino la fuerza de los argumentos. (Aubert et al., 2009, p. 130)”.

Desde las ciencias sociales, específicamente desde la pedagogía, la psicología, la sociología y la filosofía, se desarrollaron teorías que hoy en día son el soporte filosófico de la praxis educativa en muchos contextos de aprendizaje, pasando por todas las etapas educativas y contextos posibles. Muchas de estas teorías se empezaron a desarrollar a finales del s. XIX, y durante el XX y el XXI. Asentaron las bases de lo que hoy en día denominamos prácticas educativas de orientación dialógica. La ciencia ha demostrado que se trata de una línea pedagógica que garantiza el éxito educativo a todas las personas, dotando de sentido al proceso de aprendizaje y convirtiendo la solidaridad como eje principal para una mejora de la convivencia en dichos espacios educativos, sean los que sean.

De este modo, podemos hablar de que, actualmente, el concepto de aprendizaje dialógico se ha configurado a partir de diversas teorías y perspectivas; teoría de la acción dialógica (Freire, 1970), la indagación dialógica (Wells, 2001), teoría de la acción comunicativa (Habermas, 1987), la imaginación dialógica (Bakhtin, 1981) y con la teoría del Yo Dialógico (Soler, 2004), entre otras varias teorizaciones (Aubert et al., 2009). Teniendo en cuenta el conjunto de teorías que conforman dicho concepto, el aprendizaje dialógico (Flecha, 1998) surge del análisis de cómo el giro dialógico en las sociedades también está afectando a la manera en que las personas aprenden, haciendo más necesario que nunca convertir la dialogicidad de la persona en el centro de los procesos de enseñanza y aprendizaje (Aubert et al., 2009, p. 131). Así pues, el aprendizaje dialógico se basa en 7 principios fundamentales:

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