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En el momento de escribir estas líneas está ya activado el tercer tramo de la línea de garantías que el gobierno, a través del ICO, ha habilitado para aquellas financiaciones concedidas a las empresas españolas para sus gastos durante el periodo de paralización de la actividad forzada por la crisis sanitaria. Una vez aprobado este tercer tramo, el montante de avales aprobado asciende a 64.500 millones de euros y, de acuerdo con las estadísticas publicadas por el Ministerio de Economía, a día 3 de mayo de 2020, un total de 36.190 millones de euros se habían concedido con la cobertura de estas garantías.

En ese sentido, una medida que ha posibilitado que fluya crédito para las empresas españolas en más de 35.000 millones de euros en poco más de un mes, siendo previsible que esa cifra al menos se doble en el mes siguiente, no se puede calificar de otra forma que como un éxito. En gran parte, este programa de garantías (junto con la adaptación de los gastos durante el periodo) han permitido a muchas empresas sobrellevar la situación con más o menos penurias.

Sin embargo, creemos que, una vez la urgencia de evitar la insolvencia vaya disminuyendo, conviene pararse a pensar qué hacer con toda esa nueva deuda generada. Afortunadamente, y a diferencia de lo que ocurre en el caso de las Administraciones Públicas, esta crisis no ha encontrado a las empresas excesivamente endeudadas. Así, a finales de 2019, las empresas españolas mantenían (en términos de deuda sobre PIB) el menor importe de deuda de los últimos quince años. Y, aunque estos más de 120.000 millones de euros que, si se consume toda la línea de avales del ICO aprobadas, indudablemente eliminarán ese record, creemos que no se alcanzarán los peligrosos ratios que tanto lastraron nuestra economía a principios de la década pasada.

Pero esto no significa que esa deuda no sea un factor potencialmente peligroso que debe tenerse en cuenta. Así, según se vaya permitiendo la reapertura de los negocios, se hará más evidente que en algunos sectores la recuperación de la actividad a los niveles pre-crisis no va a ser tan rápida como sería deseable y, además, exigirá en algunos casos inversiones que pueden no ser menores. Por poner un ejemplo y como ya se comenta, parece poco probable que este verano se vean multitudes en playas, restaurantes, aeropuertos o festivales de música. Y, como muestran las estadísticas de venta del comercio minorista durante el primer trimestre, el turístico no será el único sector afectado.

Por tanto, las empresas deberán hacer una reflexión acerca de cuáles serán sus niveles de actividad en el corto y medio plazo y cómo adaptar sus gastos (incluyendo los financieros) a esos niveles de actividad.

En el lado de los ingresos, para algunas empresas esto llevará una transición al mundo digital, siendo evidente que las empresas que mejor se han adaptado a este mundo (¡incluso restaurantes!) han logrado atravesar el periodo de paralización mejor que el resto. También se mirará a una de las grandes tablas de salvación en la crisis anterior, el sector exterior, dado que algunas de las economías de nuestro entorno se recuperarán antes que nosotros.

Pero también se mirará la parte de los gastos. A este respecto, muchas empresas renegociarán con sus proveedores, y en este capítulo veremos mucha renegociación de los alquileres de locales y oficinas. También veremos, parece por desgracia inevitable, recortes en los gastos salariales.

Y, por último, convendrá, cuando la marea baje, reflexionar sobre la estructura de deuda que tiene la empresa y si esa estructura es sostenible. Parece previsible que algunas empresas necesiten alargar sus financiaciones en más de los cinco años máximos concedidos. Y quizás valorar la posibilidad de que parte de esa deuda se reconvierta en instrumentos híbridos que permitan que su repago esté más vinculado con el incremento de su actividad. En ese sentido, alguna de las reformas aprobadas (como la mitigación de la subordinación de la financiación de accionistas) puede abrir posibilidades que merezca estudiar.

En resumen, cuando ya esté entre nosotros esta nueva realidad, se deben explorar todas las posibilidades que permitan a las empresas adaptarse a la nueva situación. Ya decía la canción que después de la tormenta llega la calma, pero en este caso creemos que esta calma debe ser un periodo de reflexión y de repensar lo que ya dábamos por sabido, haciendo de esta crisis la oportunidad de tener empresas más diversificadas, solventes y flexibles. Esta será sin duda una de las claves de la evolución de la economía española en los próximos años.

Luis Fernández Santos