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Las preguntas más sencillas son muchas veces las que más información revelan. Como líder de una empresa pregúntate esto: si fueras otra persona, ¿te seguirías? No en tu peor día del año ni en el más brillante, sino en una jornada cualquiera, en la que estás comunicando algo, resolviendo problemas o tomando decisiones y poniendo en práctica las cosas que hacen que, de forma natural, tu forma de liderar sea única.

Esta pregunta es importante porque, cuando te relacionas -con tu equipo, tus jefes, o tus clientes-, estás mostrando continuamente si eres alguien en quien se puede confiar.

Si eres transparente y estás totalmente comprometido con dar lo mejor de ti, para dejar tu sello y mejorar las cosas para los demás, puedes estar tranquilo. En cambio, si te callas en los momentos importantes y no das la cara, la confianza en ti se va erosionando cada vez que te escondes.

Es muy fácil de entender: es imposible seguir a alguien a quien no puedes ver. Por eso, la visibilidad y la transparencia significan tanto en el ámbito del liderazgo. No son solo palabras que están de moda, sino que producen experiencias tangibles que tienen el poder de provocar cambios en la confianza y en el compromiso de tus seguidores.

Desafortunadamente, es bastante frecuente que los líderes empresariales lleven a cabo comportamientos contraproducentes. En última instancia, estas acciones disminuyen las razones para seguirles. Y sus efectos son especialmente dañinos porque sientan precedente muy rápidamente.

Si estás pensando en cómo tener más impacto en tu empresa y quieres evitar hábitos que te limiten, piensa en estas tres evasivas tan típicas, que acaban convirtiéndose en formas de emborronar o diluir tu liderazgo.


Vale la pena correr el riesgo de decir algo de forma imperfecta si es para comunicar una cuestión importante

Me voy a repetir”

En mi experiencia como coach, he visto una gran variedad de comportamientos poco recomendables que los líderes justifican con razones que parecen inteligentes, pero que no aguantan un segundo análisis. Convencerte de no aportar nada más durante una reunión es probablemente el más dañino de todos. “Ya se ha dicho antes, por lo que mi comentario sería redundante”. “Creo que mi jefe os iba a proponer esto, así que no quiero estropearle la jugada”. “Ya estamos acabando con la reunión y no quiero haceros perder el tiempo”.

En un momento dado, estas excusas pueden tener sentido, pero si te convierten en alguien silencioso e invisible, el precio es muy alto. No hay reglas fijas sobre cuándo hablar en una reunión, pero ‘ganarse un puesto en la mesa’ no es un trabajo sencillo y necesitas aprovechar cada oportunidad que pase por delante de ti.

Quizá te compense ser redundante, si es para participar en una conversación. También puedes complementar el punto de vista de tu jefe sin tener que entrometerte en su territorio o sin que parezca que le haces la pelota. Y si crees que tienes una idea que vale la pena comunicar, puedes alargar la reunión un cuarto de hora.

“No voy a saber explicarme”

“Voy a hacerme un lío y no quiero quedar mal”. “Voy a parecer estúpido”. “En una reunión con gente tan importante no hay margen para el error ni para hacer perder el tiempo a nadie”. Si bien es cierto que las personas razonamos de formas distintas y a velocidades diferentes, esta lógica es una pobre justificación para callarse. Aunque seas una persona a la que le gusta tomarse su tiempo para reflexionar y dar con las palabras adecuadas para explicar algo, los momentos para intervenir son fugaces. De esta forma, te arriesgas a perder tu oportunidad para dejar tu sello, por el deseo de que todo salga perfecto.

Pero las conversaciones son maleables; son capaces de soportar nuestras imperfecciones y salir bien. Y en cualquier caso, la perfección siempre está fuera de nuestro alcance. Lo que digamos siempre pasará por los filtros de los demás -por ejemplo, prejuicios basados en sus hábitos o experiencias pasadas-, por lo que es muy probable que nuestro mensaje no sea recibido como esperamos, aunque estemos seguros de haberlo formulado bien. Por eso, en las intervenciones espontáneas importa más el fondo que la forma.

En conclusión: vale la pena correr el riesgo de decir algo de aquella manera si es para comunicar una cuestión importante.

“No quiero ponerme emotivo”

Desafortunadamente, todavía abundan las culturas empresariales donde expresar emociones no se ve con buenos ojos. Como resultado, acabamos auto censurándonos y extirpando la pasión y la espontaneidad de la comunicación.“Si me pongo a contar mis problemas, voy a emocionarme, y no quiero parecer débil”. “No quiero ser percibido como alguien inestable y excesivamente apasionado”. “Mi equipo sabe de sobra cómo me siento, por lo que no veo necesario compartirlo”.

Reprimir una historia poderosa o no expresar un punto de vista por miedo a mostrar mucha emoción es comprensible. Por definición, ser auténtico es un riesgo. Pero estas excusas anulan lo que realmente podría ser la característica más poderosa y convincente de tu liderazgo: mostrarle a los demás en qué crees y por qué estás dispuesto a pelear. Cuando escondes tu autenticidad para no arriesgar tu posición, también reduces tu magnetismo y tu capacidad persuasiva.

En definitiva: aunque verte dominado por las emociones no es una buena idea, saber elegir los momentos para dejarte ir y tener menos filtros, te ayudará a implicarte más en lo que haces.

Te sientas o no identificado con estos tres ejemplos -o con alguna otra situación similar que te pase por la cabeza- lo importante es desafiar las presunciones que los sostienen. Por ejemplo, si ante la duda de intervenir en una reunión escuchas en tu cabeza “¿Y si sale mal? mejor lo dejo pasar”. Respóndete a ti mismo: “Qué prefiero, ¿no ser perfecto, pero estar en el ajo, o tener un expediente impoluto, pero ser invisible para todo el mundo?”

Concéntrate en esa batalla interna entre tus pensamientos constructivos y los destructivos y aprende a descubrir la lógica errónea que existe cuando decides desaparecer. Esto te permitirá tomar decisiones con mucha más confianza, ganar visibilidad y, en última instancia, dar a los demás un conjunto de razones claras y firmes para seguirte. Arremangarse y ensuciarse las manos es lo primero: ya tendrás tiempo de lavártelas. La gente no quiere seguir lo perfecto, quiere seguir lo real.